Nunca te vi, pero sé
que tu imagen en la tierra
reflejo del alma fue,
y el alma, aunque no se ve,
del ángel la forma encierra.
Forma que suele guardar
en la purísima infancia,
y que se empieza a ocultar
cuando el mundo, de ignorancia
la llega a calificar.
Quiera Dios que de esa forma
guardes un resto escondido,
que aunque viva oscurecido,
hay un momento en que torna
al punto donde ha nacido.
Y ese momento es mejor
que el primero de la vida
mirándole sin horror,
que solo en esa partida
se ve el mundo del amor.
Que aquí se baja a sufrir
haciendo el alma jirones,
y cuando llega el morir
comienza el alma a subir
a más tranquilas regiones.
.
Aun eres un ángel, sí;
no me puedes escuchar;
no hay lenguaje para ti
Cuando empieces a pensar
Medita en lo que sentí.
.
.
«Los
que me sigan tendrán que caminar
por una senda muy estrecha.»
(Palabras de Jesucristo)
Hay una senda en la vida
cuyas laderas de flores
con su perfume y colores
dicen al alma dormida
que es una senda de amores;
ancha, fácil, deliciosa
a la vista se presenta,
después en lujo acrecienta,
y al mirarla tan hermosa
la sigue el alma contenta.
En ella brota el placer,
el oro, el fausto, la gloria,
el imperio del poder,
todo cuanto la memoria
puede en sueño apetecer;
de fiesta en fiesta corriendo
se vive para gozar,
y no se llega a pensar,
porque un placer concluyendo
hay otro que comenzar.
En dicha el alma viciada
de duro hielo se vuelve,
y como el cuerpo no es nada
arrastra la vida helada
en el momento que la envuelve.
Llega por fin el vacío,
y nada al hombre le basta,
porque al peso del hastío
el corazón se desgasta
como una piedra en un río.
Próximo a quedar inerte
es cuando el humano arguye,
y aquí se espanta el más
fuerte,
porque esta senda concluye
cuando comienza la muerte.
No habiendo vivido el alma,
de nada sirvió la vida;
y como el alma está herida
no tiene valor ni calma
para emprender la partida;
y en tan horrible momento
se pagan, una por una,
con espantoso tormento,
las horas do el pensamiento
cegase con la fortuna;
el hombre en esta agonía
ve su porvenir eterno,
que nada en el mundo hacía,
y que comienza su día
en las puertas del infierno.
Esta imagen soberana,
de Dios estudio profundo,
nunca la tengas por vana,
que con la razón humana
camina de mundo en mundo:
no la llegues a olvidar,
y al empezar a vivir
piensa donde va a acabar
la senda que has de empezar,
pues tienes donde elegir.
Que al lado de este camino
que el mundo tiende a tus pies,
hay un sendero divino
que al principio no le ves
por parecerte mezquino.
Segura en él ve la planta
aunque se llene de abrojos;
es una senda que espanta,
pero tan solo a los ojos
porque el alma la levanta.
Estrecha, larga y sombría,
oscura a trechos, sin flores,
y casi siempre vacía,
esta senda llega un día
al reino de los amores.
Con su estéril soledad
engrandece el pensamiento,
se ve en ella la verdad,
porque se ve el firmamento
con toda su majestad:
purificando el sentido
al ser humano enaltece,
y al par que la cuesta crece,
tranquilo el hombre y erguido
que no la sube parece;
y entonces con santo anhelo
ve el espíritu en su calma,
al levantarse del suelo,
no un camino, sino el cielo,
mansión eterna del alma
Hora tranquila de paz
que solo puede tener
aquél que sabe escoger
de un minuto de placer
un siglo de eternidad:
en el mundo lo observé
y por siempre lo creyera
aunque no fuese de fe,
que es mejor la azul esfera
que este mundo que se ve;
y aunque alguno te dirá
que rancias verdades son,
pregúntale a la razón,
consultando al corazón,
y ella te contestará.
Y adiós, de la vida mía
puede que no sepas nada
más que en esta poesía;
y tan solo en ella fía
que fue por Dios inspirada.
Estos sentimientos míos
pienso que puedes creer;
porque, a mi modo de ver,
ya estarán mis huesos fríos
cuando los puedas leer.
Notas
(1) Datos hay para pensar que se trata de una errata: el prólogo del poemario está fechado en abril de 1876 y fue publicado semanas después, como prueban las críticas que del mismo aparecieron en periódicos y revistas. Por si no fuera suficiente, en el mismo volumen figuran otras poesías también datadas en Roma, pero en setiembre de 1875, durante su estancia en la capital italiana, en la residencia de su tío Antonio Benavides, por entonces embajador de España ante la Santa Sede.
(2) En relación al niño al que dedica la poesía y a las circunstancias en las que fue escrita, se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)