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Carta al Sr. D. Agustín Felipe Peró

 

Tienes razón, si a fe, mi buen amigo,

falta hubo en mi silencio prolongado,

y no entiendas que aquesto yo lo digo

por hallar la disculpa,

que nunca pudo hallarse habiendo culpa.

Mas ya que la razón de tal sistema

no puedo darte sin que en contra mía

se vuelva claro tema,

recurro, como siempre, a la armonía

para implorar perdón, pues es sabido

que si disculpa a culpa no se halla,

a la culpa el perdón es concedido;

mas perdón conceder sin penitencia

paréceme atrevido,

que en este mundo, solo la conciencia,

sin la memoria de su mal pasado,

es juez harto inseguro,

y nos puede lanzar en nuevo apuro,

si no recuerda el hecho castigado.

Tú eres bueno, lo sé: perdón completo

me darás al leer mi primer letra;

pero mi pensamiento (que es discreto,

aunque a mucha distancia no penetra),

se impone cual deber (que no castigo),

cumplir ruda sentencia,

contribución directa que tú cobras

del fondo de mi escasa inteligencia.

 

No hay culpa sin motivo,

una verdad es ésta como un templo…

Pues bien, mi lira templo,

y aunque me sé muy bien que no es mi lira

la que pagar debiera mis desmanes,

como en ella yo tengo mis afanes,

y a ella sola le fío

lo que atesora el pensamiento mío,

con ella he de contarte,

aunque le pese al arte,

que el castigo que impongo a su armonía

es darte las razones

que pudiera tener la culpa mía;

y aunque ninguna de ellas fuese cierta,

figúrate que son por un momento,

que abriendo las mentiras una puerta,

en seguida se marcha el pensamiento.

 

Es el caso… paréntesis al punto,

(lee esta carta despacio,

porque a veces yo vuelo tan de prisa,

que me pierdo de vista en el espacio).

Es el caso… (no es esto, será lo otro)

figúrate que mi silencio fuera

un silencio forzado,

por motivo cualquiera…

Como siga diciéndote sandeces,

aunque eres alto, de paciencia careces…

 

Figúrate que yo tuviera un oso…

(¡Jesús que atrocidad! ¿A que te ríes?)

Suponte un oso hermoso,

un oso, en fin, bimano,

un oso de esos osos que se nombran

(no sé por qué) del hombre digno hermano.

Tú eres joven, galante, cariñoso,

nunca ve con paciencia ningún oso,

(entiende bien del oso que te hablo,

no traduzcas a zurdas el vocablo);

nunca ve con paciencia, te repito,

que la mujer querida

más que a su corazón, más que a su vida,

versos, cartas o flores,

dedique a otro sujeto

que al ídolo gentil de sus amores…

¡Oh celos! ¡Oh pasión, que hasta en los osos

sui generis familia del humano

siembras, villana, tu fatal semilla!

¡Oh fiebre perniciosa,

muchísimo  peor que la amarilla!

Basta de exclamaciones.

Este oso mío, en celos abrasado,

un dominio funesto al alma presta

y, cual se marcha el agua en una cesta,

en estando a su lado

la voluntad de verte y escribirte

marcharse siento aun a pesar del alma…

Y dirás tú muy serio,

aunque no sé si lo dirá en calma,

¡y esta mujer arrebatar se deja

por una voluntad tan melenuda!

¿Y puede ser un oso su pareja…?

¡Oh sombras de la sombra de la duda!

Y ¿por qué no ha de ser? Reflexionemos:

¿Un oso que es? Un novio,

el primer escalón del matrimonio;

si es rico es oso y medio,

soy mujer, no hay remedio,

no busquemos las vueltas al demonio,

que a veces el más rico

una vida feliz nos proporciona

por la misma razón que es más… borrico…

¡Perdón, se me escapó, no lo quería!

¡Oh invariable poder del consonante

que profanaste al fin la lira mía…!

Ya lo ves demostrado

cómo un alma que vuela,

puede haberse bajado

a obedecer a un dómine de escuela…

«¡Todo interés!» dirás; nunca te asombre

que aunque nadie lo diga

tan solo el interés domina al hombre;

y ¿si es vicio en virtud clasificada,

aunque yo mire el alma levantada,

nunca mancharse puede s

ujetándola firme a tal delirio?

¡Puede muy bien el alma desgarrarse

mirando el interés como un martirio!

Esta razón que doy de mi silencio

es muy fuerte razón, mas ya no existe

desde el mismo momento que en tu mano

está mi carta vista,

que si antes de escribirla estaba el oso

de que yo te escribiera tan celoso,

hoy, que la mira escrita,

debe encontrarse de furor rabioso.

Y tú dirás que si antes no lo he hecho

por solo el miedo de romper mi dicha,

o debe andar el oso muy derecho,

o debo yo temer verme salchicha.

No es esto, no. Agustín, no estés pensando;

es que el oso se encuentra… pelechando,

época en que me deja

libar de flor en flor como la abeja;

¡pero en verdad yo tiemblo que esto llegue,

pues siempre de su vida pesaroso,

cuando vuelva de nuevo revestido,

de seguro le encuentro que es más…oso.

Y ¡es tan triste mirar un ser amado

en oso de los osos transformado…!

Amado, dije, ¡oh cielos!

¡A cuánto el interés por dicha alcanza

que al fijarse del alma en los repliegues

inclina hacia lo bello la balanza!

 

Del pasado silencio razón clara

te di con leve pluma.

(No te digo que fue verdad preclara,

porque sabes que en esto de razones

la verdad suele andar a pescozones).

Del silencio presente ¿qué te digo…?

(El presente se entiende en breves días

pues si bien esta carta

no es prueba de saber filosofías,

no es justo que el presente

desde el momento de escribirte cuente).

De este silencio escucha mis razones:

¿soñaste alguna vez? Pienso que muchas.

¿Te figuraste sueños, realidades?

En medio de esas luchas

que forman las mentiras y verdades,

unidas en conjunto

como larga cadena

do se confunde el gozo con la pena,

¿fijaste el pensamiento

en cuadro delicado

por el pincel de lo ideal pintado?

Me figuro que sí; si me engañara

tal vez mi relación no entenderías,

porque hablarle de sueño al que no sueña

es lo mismo que hablar de tonterías.

Yo tuve un sueño (¡oh Dios!, yo tuve muchos).

Perdona exclamación tan inoportuna.

¡El que nunca soñó…qué gran fortuna!

Vi una imprenta, (dirasme; «¡Vaya un cuento,

vaya un capricho ruin del pensamiento!»)

Prosigo; vi una imprenta,

un centro de esos donde el hombre gime,

piensa, rabia e inventa,

centro do se amontonan las palabras,

cual rayos en fuertísima tormenta.

Un libro en aquel centro se formaba;

el libro se llamaba…

El nombre no hace al caso;

mas te diré, de paso,

lo que en sus dobles hojas se encerraba;

versos eran; ¡por Dios no te horrorices!

¡Acuérdate que el siglo diez y nueve

de las luces se llama,

y, escuchado a la Fama,

las bellas artes son donde se mira,

el sol que alumbra la razón humana…!

Eran versos, sus nombres…

(Te los diré despacio

para que al escucharlos no te asombres),

formaban la cadena

donde un alma de lo bello ansiosa

se levantaba al cielo por sentirlo

al mirarlo en la tierra en cualquier cosa;

versos del alma, faltos de armonía,

de ambiciones, de rima, de bellezas,

pero ricos de rica poesía,

llenos de … corazón, no de cabeza…

¿Adivinas su autor…? Claro, eran míos…

La imprenta, el libro, el nombre en él impreso

nombre que por un de se sujetaba,

y en varios apellidos se ligaba,

hubiéronme de trastornar el seso;

y sin parar la mente en que soñaba,

sobre aquel libro de papel formado,

apenas un castillo se caía

ya estaba otro castillo levantado,

que en esto de formarse fortalezas

siempre anda el pensamiento extraviado…

 Libro, versos, papel… ¡qué mal cimiento

eligió por su mal mi pensamiento!

Pasaron días; el soñar profundo

no alteró ni un momento

la marcha inalterable de este mundo,

que aunque soñar es mal de inteligencia,

y ésta dicen que Dios mandarla puede,

no le place a la Sabia Omnipotencia

el evitar que nuestra esfera ruede,

tan solo porque al hombre en su camino

se le antoje formar un remolino

de locas ilusiones;

y el tiempo marcha siempre a su destino

sin importarle un bledo

que el hombre ande a galope, o esté quedo.

 

(Tú dirás que yo gasto

las letras a montones;

pero esto y mucho más se necesita

para que brillen claras las razones).

 

Tú a quien siempre he querido

y al que, de lejos ni de cerca, nunca

supe dar al olvido

eras (perdóname si uso esta frase)

una de mis soñadas fortalezas;

puesto que el libro aquel que se escribía

rico de amor y falto de bellezas,

cual un recuerdo de mi nueva vida,

en oasis eterno convertida,

con un sencillo lema de mi mano

iba a darte calor en el invierno

y aura leve y sutil en el verano.

Es decir… (te lo diré más breve,

que a tanta poesía

hasta se acaba la paciencia mía).

Ligado por formal dedicatoria

mi libro iba a probarte

que te guardaba siempre en mi memoria.

Pero el tiempo pasaba:

la tierra entre los mundos del espacio

silenciosa cruzaba;

y encastillada siempre en el palacio

de mi vano ligero pensamiento,

en la esperanza loca me dormía…

¡Mas el tiempo pasó!, ¡perdiose el sueño,

y llegué a despertar…! ¡Dichoso día!

Aquí probado está, si bien lo miras,

cómo entre leve sombra de los sueños

se pierde la intención de un alma buena;

¡no es soñar una pena!

¡Para qué sirve el sueño de la vida

si el alma en este sueño está dormida!

¿Verdad que… (si tú sueñas por supuesto)

los que incautos soñamos,

sentimos profundísima amargura

en el momento aquel que despertamos…?

Mas ¡vaya una pregunta…!

Dispénsame, Agustín, se me olvidaba

que dejar me llevaba

de la impresión funesta de mi sueño;

y sin saber el qué te preguntaba.

 

Razón segunda explico con largueza;

la tercera… (pues tengo más de una),

pero antes ¿cómo tienes la cabeza?

Yo pienso que la tienes atontada,

ya se ve, digo tanto,

y con tanto decir ¡no digo nada…!

Poco tiene de extraño,

que tardes más de un año,

en convencerte al fin de mis razones,

¡son tan raras mis libres reflexiones!

 

Cumplí mi penitencia

que a molestarte más ya no me atrevo,

no porque falte asunto para hablarte,

sino porque no debo

con penitencia tanto molestarte.

Irracionales, hombres, novios, osos,

sueños, libros, bellezas, armonía,

disculpas, pensamientos, poesía…

Todo en la carta que en tus manos dejo

se ve lucir como en bruñido espejo…

¿Serán mentiras todo lo que cuento…?

Ya te dije al principio de esta carta,

que le gusta mentir al pensamiento…

De todos modos guarda en tu memoria

este conjunto raro y caprichoso;

de ella puede sacarse hasta con gloria

un giro provechoso;

guárdala, que es verdad harto sabida

que, lo que nunca vale cuando el hombre

respira los perfumes de la vida,

adquiere fama, galardón y nombre

así que el alma remontando el vuelo,

salva el umbral del anchuroso cielo.

 

Madrid, abril, 1875

 

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)