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Pipaón

(Biografía)

 

La  mayor parte de los que lean el epígrafe de esta biografía, habrán recordado, si conocen los Episodios Nacionales, de uno de nuestros primeros novelistas contemporáneos, el personaje descrito en una de las obras citadas; personaje realzado por el admirable colorido con que Pérez Galdós ilumina sus creaciones; olvídense pues de aquella figura interesante los que se fijen en estas líneas, que en nada, sino en el nombre que las encabeza, han de parecerse a las trazadas por el eminente escritor.

Pipaón es un personaje real, existente, admirablemente desarrollado, el cual forma parte de la gran familia de seres, unos racionales y otros irracionales que pueblan nuestro planeta. Como Pipaón hay una infinidad de Pipaones en campos y ciudades, pero que se distinguen del susodicho, en que ellos no tienen historia propia, fisonomía particular, por pertenecer a la numerosa familia del vulgo, en tanto que Pipaón, notabilísimo ejemplar de su raza, excepcional individuo entre sus congéneres, tiene derecho, por sus espacialísimas condiciones, a los honores de la biografía. ¡Cómo no hacerla en los tiempos que corren! El maestro de obra prima que clavetea con primor los zapatos de alguna deidad en moda; el que emborrona diariamente dos resmas de papel para dirigir versos a la luna, o contar las reyertas que tiene con su patrona; el que se rompe la cabeza contra el coche desbocado de algún ministro; el que intenta tirarse por el viaducto a consecuencia de que no le salió el premio gordo de lotería, y otra infinidad de celebridades de semejantes condiciones, se creen hoy con el derecho de adquirir el honor de una biografía, temerosos de que una muerte imprevista sepulte en el olvido sus admirables hechos o sus especiales trabajos.

Fragmento del artículo publicado en El Campo

¿Cómo pues no consignar en letras de molde la historia de Pipaón, descrita por uno de sus semejantes? ¿Cómo en el siglo de los biógrafos, no serlo del más notable gallo de cuantos cortijos y corrales pueblan? Apresurémonos a corregir y enmendar los torcidos signos, hechos por el afilado espolón de un humildísimo pollo admirador entusiasta de Pipaón, el cual (dicho pollo), lleno de modestia y temeroso de que su bípeda familia le conceda los honores de la inmortalidad, ha tenido a bien remitirnos los apuntes biográficos de su respetado padre y compañero, rogándonos los vertamos al idioma de nuestra especie. La traducción literal, salvo algunas correcciones de estilo, dice así:

«En una de las quintas más risueñas que rodean la capital de la antigua Coronilla, y sobre un montón de menuda paja, medio escondida entre las carcomidas tapias de un ruinoso corral, se oyó en el mes de octubre de no sé bien qué año, el alegre cacareo de una hermosa gallina castellana. Había puesto un huevo.

Extrañando el hecho los propietarios de la alborotada huésped, que gracias al lamentable abandono en que nos tienen en España nuestros naturales señores, apenas hay hembra de nuestra raza que ponga a fines de agosto, acudieron presurosos al ponedero, ansiando el placer de comerse un huevo fresco; en efecto, sobre el dorado y mullido lecho, blanco y redondo, se distinguía el inesperado presente que encerraba en los misteriosos senos de su germen la mismísima personalidad de Pipaón».

(Aquí hay, en el manuscrito original un signo desconocido con el cual sin duda quiere significar el pollo biógrafo su respeto, y que indudablemente viene a ser en nuestro lenguaje un Q.D.G. o cosa parecida)

«Pero, ¡oh destino providencial!, el huevo, a causa de su pequeñez (era sin duda el último de su dinastía), no fue enviado a los horrores de la inquisición culinaria, y se libró milagrosamente de la churruscante manteca y del agua de ebullición.

Pasó algún tiempo y un día, en que la actual propietaria de Pipaón buscaba entrenamiento a sus ocios, el huevo predestinado fue llevado al gabinete de la desocupada joven, la cual (Dios la conserve miles de años por haber enaltecido nuestra especie con tan ilustre individuo) puso el huevo en el blando nido de unas preciosas tórtolas, que sin duda habían tenido la desgracia de perder a sus vástagos.

Aceptado con amor, como no podía por menos de serlo, vista su redondez y blancura, el huevo, alimentado por el calor de las enamoradas aves, terminó su desarrollo a los veintiún días, el 15 de noviembre, a las once de la noche, vino al mundo de los presentes el sin par Pipaón.

Sus padres adoptivos extrañando su naturaleza, y acaso desconfiados de poder criar con el esmero necesario tan preciosa existencia, lo rechazaron de su nido, y aquella tiernísima criatura, tiritando de frío, hubiera perecido sin los cuidados de la caritativa señora, que ya colocándolo sobre parrillas envuelto en calientes bayetas, ya poniéndolo en una caja de cristal a los pálidos rayos del sol de otoño, consiguió, ayudada por la naturaleza, salvar la delicada vida, demostrando de este modo los admirables fines de la Naturaleza.

Desde entonces Pipaón ha dejado de pertenecer a nuestra familia, ascendiendo hasta el lugar de los seres superiores (perros, gatos, etc., etc.), gracias a la donosura de su talento y a la bondadosa condición de su carácter.

Pipaón no tiene vida común con nosotros, por lo cual le admiramos, como verdadera excepción de su especie. Galante y enamorado caballero, gracias a la educación esmerada que ha recibido, pasa el día en la soledad de su harén, cumpliendo fielmente sus imprescindibles deberes de esposo y padre.

Pero no bien se pone el sol, y una vez asegurado de la tranquilidad de nuestra morada, se lanza a la manifestación de sus cualidades y penetrando políticamente en los aposentos de sus protectores y amigos, da principio a la segunda parte de su existencia, ¡oh portento de nuestra especie!...

Pipaón, subido a una silla de tapicería, y con el comedimiento propio de las más aristocráticas costumbres, participa de la comida de sus señores, los cuales le hacen plato de varios manjares; toma después el café con sin igual esmero, y como gran conocedor del idioma humano, presencia la velada escuchando atentamente, y haciéndose comprender con el expresivo lenguaje con que se comunica en ese mundo elevadísimo en que tan bien se le recibe.

Pipaón suele estar hasta las doce de la noche siendo la admiración de la concurrencia; la gracia con que conoce sin equivocarse, entre varias señoras a la que tiene por adoptiva madre, el esmero con que acaricia y alisa  sus plumas, siempre que se le invita para ello, y la tranquilidad con que se acuesta y duerme sobre la rodilla de su señor; otra infinidad de acciones a cual más notables y curiosas, hacen de Pipaón el orgullo de nuestra raza y la admiración de propios y extraños.

Pipaón, durante el día y conociendo lo mucho que se estiman los huevos frescos entre los reyes de la naturaleza, gracias a la expresiva vivacidad de su palabra, con la cual seduce y encanta a nuestras madres y esposas, consigue que parte de su serrallo le siga a las habitaciones particulares de sus dueños, y allí obliga a las hembras de nuestra familia, a depositar sus huevos debajo de una silla o de una mesa, llamando enseguida con incesante clamoreo para que sean recogidos y aprovechados.

Pipaón responde con un vibrante grito de alegría siempre que siente su nombre y acude presuroso a la voz que le llama, siendo tal la elevación y el criterio de su inteligencia excepcional que jamás se marcha al departamento donde tiene sus corrales sin saludar a sus señores, lanzando en señal de buenos días, un agudo “quiquiriquí”, que ha de exclamar precisamente en el dintel de la habitación de sus amos.

En fin, Pipaón duerme sobre un mullido lecho de alfombra en el mismo gabinete de la joven a quien debe la vida.

Nosotros, los que vivimos una parte del día en compañía de Pipaón le veneramos, respetándole como a un ser completamente superior; cuando nos vemos y le vemos, no vacilamos en proclamarle el príncipe de todos los gallos, el más hermoso ejemplar de todas las gallináceas, porque Pipaón, a más de las condiciones descritas, tiene hermosura y es proporcionado.

Su pluma negra y blanca en gracioso batido por la pechuga y las patas, toma el color del oro por el dorso, brillando al sol como delicada filigrana; tiene por cola un magnífico plumero negro azulado, y lo inmenso de su cresta roja como la púrpura, contrasta con el blanco mate de sus oídos y el negro brillante de sus ojos.

Pipaón va a cumplir dos años y promete disfrutar de larguísima vida. ¡He aquí adonde le ha conducido su talento, su bondad, sus dotes de ingenio y mansedumbre!

Nosotros nos comparamos con él y nos vemos pobres, sin comodidades ni consideraciones, sin regalo ninguno, sin poder alisar nuestra pluma en blandos almohadones, sin dormir sobre otra cosa que en un mal pulido madero; corriendo siempre delante de horrible cocinera y recordando sin cesar el fatídico porvenir que nos aguarda.

¡Oh, Pipaón! Tú estás destinado a marcar nuestra historia con rastro luminoso; por ti las edades del porvenir, acaso miren con más respeto y consideración a esta familia humildísima, de la que yo formo parte, y de que tú eres una brillante muestra.

Sigue cultivando tu maravillosa inteligencia y especialísimo carácter y ¡ojalá que cuando se conozcan tus portentosas hazañas se dedique un recuerdo de agradecimiento hacia tu ignoradísimo biógrafo y apasionado súbdito!»

X.

 

Así termina el notable manuscrito que el pollo zaragozano nos ha descrito; queda hecha la biografía de Pipaón, que, en todo caso, será una de tantas como hoy se escriben.

Rosario de Acuña de Laiglesia

 

 

Nota. En relación con este escrito se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:

 

Portada de El crimen de la calle de Fuencarral 162. Galdós, Acuña y el crimen
En aquella vivienda del segundo izquierda del número 109 de la calle de Fuencarral sólo había dos mujeres, y una de ellas, doña Luciana, estaba muerta. El juicio fue seguido con apasionamiento por la opinión pública y por los publicistas de la época (Pérez Galdós y Rosario Acuña, entre ellos). La posterior sentencia no terminó con la polémica, que ha continuado hasta nuestros días...

 

 


Fotografía de Galdós publicada por el semanario Pluma y lápiz (1903) 
5. Galdós, el admirado
Aunque desde sus primeras apariciones en la arena literaria, Rosario de Acuña dedicó vítores, aplausos y alabanzas a varios de los integrantes del Parnaso hispano, creo que no yerro al atreverme a afirmar que fue Galdós su escritor más admirado...



 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)