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Amor a la patria 

Drama trágico en un acto y en verso

Original de la Sra. Dª

DOÑA ROSARIO DE ACUÑA DE LAIGLESIA

Escrito para la Sra. MARÍN, dedicado a los hijos de Zaragoza y estrenado en dicha población el 27 de noviembre último, bajo el pseudónimo de Remigio Andrés Delafon

Madrid, Administración Lírico-Dramática,  Imprenta de José Rodríguez, 1877

 

 

 

 

PERSONAJES (Actores)

Inés, 40 años (Sra. Marín)

María, 20 (Sta. Abril)

Pedro, 24 (Sr. Conte)

Tomás (Sr. Cepillo)

Diego, hombres del pueblo (Sr. Carsi)

Varias voces (Sr. Capilla)

Rondalla zaragozana, que no sale a escena. Hombres y mujeres del pueblo

 

La acción pasa en Zaragoza el día 2 de julio de 1808 en una casa de las inmediaciones del Portillo

 

 

Abuela mía: largas noches de invierno he pasado escuchándote relatar los hechos asombrosos que presenciaste en la heroica guerra de la Independencia; y más de una vez he llorado conmovida, al oír las escenas desgarradoras de la epopeya más grandiosa de nuestro siglo. Recordando aquellas veladas, escribí esta obra: a ti te la dedico, ya que tu palabra me enseñó a conocer el período más glorioso de nuestra historia. Recíbela como una débil muestra de la veneración y el cariño que te guarda tu

Rosario

 

                                          

 

ADVERTENCIA

Véase HISTORIA DE ESPAÑA, de D. Modesto Lafuente, Tomo XXIII, Parte tercera, Libro X, Cap. II. Pág. 509 y siguientes.

 

 


ACTO ÚNICO

 

La escena representa el patio de una casa: a la derecha del espectador la fachada de la casa, compuesta de puerta y ventana (la puerta en primer término), dos ventanas en el piso superior, una de las cuales estará practicable; sobre la puerta un emparrado que avanza algo sobre la escena; debajo del emparrado una silla y dos bancos de madera. Enfrente del espectador telón de fondo de calle en último término: en segundo una tapia que atraviesa todo el escenario; a la izquierda del espectador una fachada de casa sin piso alto, compuesta de una pequeña puerta y dos ventanas, una a cada lado de la puerta. Delante de la misma, en primer término, y apoyado en la pared, un montón de leña. Al otro lado de la puerta un pozo. esta fachada de casa ha de figurar una dependencia tal como pajar o cuadra de la casa principal. Enfrente del espectador, y en la tapia, una ventana con reja, cuyas hojas estarán practicables para abrirse por dentro de la escena. En el mismo frente, y a la izquierda, un portón de dos hojas que han de abrirse hacia el espectador. en el rincón de la derecha del patio una cuba alta y varios aperos de labranza. Es de día.

 

 

ESCENA PRIMERA

MARÍA, en traje sencillo de la época y algo característico del país. INÉS con traje oscuro e iguales detalles que el de MARÍA

 

 

INÉS. (Al ver a MARÍA entrar por la puerta del fondo)

Al fin vienes; por Dios que tardanza

pesarosa e inquieta me tenía.

En tu rostro la pena se retrata;

son tan tristes acaso las noticias?

 

MARÍA. (Que ya está en primer término de escena)

¡¡Tan tristes son que del dolor el alma

apenas se da cuenta, madre mía!!

Como se cubre dilatado campo

en el verano con la rubia espiga;

como la blanca espuma de las olas

sobre la playa sin cesar se agita,

así junto la pobre Zaragoza

se aglomeran las huestes enemigas.

 

INÉS. ¡¡Aún vienen más franceses?

 

MARÍA. ¡¡Si; el infierno

sin duda de sus antros los vomita!!

Desde las defendidas aspilleras

y entre un grupo de pueblo confundida,

pude verlos, del Ebro en la ribera,

levantando gigantes baterías.

 

INÉS. De conquistar la joya más preciada

de Aragón, por mi nombre, que desistan,

si no quieren coger en vez de lauros

cadáveres, escombros y cenizas!!!

 

MARÍA. ¡¡Tu voz, como mi voz, no puede nada!!

¡¡Mujeres somos!!

 

INÉS. (Con calor.) ¡¡Por la patria mía,

aunque mujer, la sangre de mis venas

late con entusiasmo; y por su dicha,

por verla libre de extranjero yugo,

por conquistar su libertad bendita

y mirarla temible y poderosa,

la vida, es poco, el alma perdería!!

(Transición del entusiasmo a la tristeza.)

¡Acaso al escuchar este lenguaje

tiembla tu corazón, sí, pobre niña,

veinte años no cumpliste y es muy poco

para medir los trances de la vida!

 

MARÍA. (Con amargura.) Duéleme, madre, que tan mal te trates

diciendo esas palabras a tu hija;

tú, la heroica mujer, buena entre todas,

de estirpe noble, poderosa y rica,

que por unir tu suerte a un artesano

perdiste nombre, posición, familia;

tú, la madre del alma idolatrada,

que entre el humilde pueblo confundida,

diste siempre el ejemplo de virtudes

que, sólo al contemplarlas, santifican;

tú, que madre de un hijo sin conciencia

su ingratitud y su abandono olvidas,

y llorando su ausencia dilatada

pasas los años sin contar los días,

tú me dices que acaso tiemble el alma

de pueriles zozobras afligida…

¡como si sangre tuya no tuviera

y no fuese Aragón la patria mía!

 

INÉS. (Con amor.) ¡¡Hija!! de mi dolor en los arcanos

penetró tu palabra; la mentira

sé que jamás pronunciará tu labio;

el alma triste en tu valor confía (Con tristeza)

¡Tu hermano! ¡sí! ¡Dios mío! ¡cuánto tiempo!

¡Nueve años hace ya; mi triste vida

en la viudez y en el dolor pasaba;

quince abriles mi Pedro cumpliría,

cuando una noche, noche de tristeza,

que aún la recuerda el alma estremecida,

sin causa, sin por qué, sin más razones

que aquesta carta que mi pecho agita,

desapareció de nuestro humilde albergue

dejándome y dejándote muy niña.

 

MARÍA. Y sola tú desde tan triste noche,

sin amigos, ni deudos, ni familia…

 

INÉS. (Interrumpiéndola) Quise ahogar el dolor dentro del alma

buscando tu amor, bien de mi vida,

dejé pasar los solitarios años

que tan sólo recuerdos me traían.

 

MARÍA. (Con cariño) Y yo al calor de tus abrazos, madre,

mirándome en tus ojos sonreía,

aprendiendo de ti con entusiasmo

a ser noble y a ser buena patricia.

 

INÉS. En la orfandad que sufre tu existencia,

tus esperanzas en la patria fija.

a ella levanta el fuego de tus ojos,

por ella ruega en oración bendita

y, si fuese preciso que tu brazo

luchase con denuedo, no vacila,

ármalo de un puñal y como brava

lucha por ella hasta perder la vida.

 

MARÍA. Madre y patria; guardando estos dos nombres

el alma siempre vivirá tranquila.

 

INÉS. Así te quiero ver, que así he soñado

que fuese el hijo que robó mi dicha.

(Transición de la tristeza al entusiasmo)

Si cerca le tuviese, con qué orgullo

y conmovidas voces le diría:

¡hijo!, la Francia quiere que tu patria

en repugnante feudo esclava viva!

¡Y ese gran Napoleón, dueño del mundo,

supone que es muy fácil su conquista!

¡Hijo de mis entrañas! Cuanto tienes

es un brazo leal y sangre altiva!

¡Corre a buscar el vengador acero,

tu fuerte mano con valor lo esgrima,

y sin que nunca el pecho se acobarde

por tu patria y tu Dios luchando espira!

 

MARÍA. (Con calor) Si no puedes decírselo a tu hijo

con entusiasmo lo escucho tu hija.

 

INÉS. (Conmovida.) María…

 

MARÍA. Si acaso lo dudases

presto con mis acciones lo creerías.

 

INÉS. Explícame lo que por fuera pasa

y si habrá una defensa positiva.

 

MARÍA. Todos están en que se hará defensa,

¡pero espanta el estado de la villa!

y sobre todo el lado del Portillo

tan próximo de aquí.

 

INÉS. Todo hecho ruinas,

me dijo ayer Tomás, que se encontraba

cuando vino a contar lo que Agustina

hizo por la defensa del Portillo

 

MARÍA. ¡Qué mujer! ¡qué mujer!

 

INÉS. ¡Nadie diría

que apenas cuatro lustros ha cumplido!

Pero en fin, ¿qué sucede?

 

MARÍA. Las noticias

que he de darte son breves, cual escasas;

se dice que unos cuerpos de milicia

vendrán a reforzar los del Portillo

en tanto que estas casas, que radican

en sus inmediaciones, por vecinos

y algunos pocos bravos defendidas

serán; después he oído

que un poco antes de pasar el día

se alzarán tres inmensas barricadas,

una de ellas muy cerca de la esquina,

precaución que se toma, por si acaso

el enemigo audaz se precipita

sobre estas calles.

 

INÉS. Bien, bien me parece.

 

MARÍA. Lo principal me falta.

 

INÉS. Pues aprisa,

que aunque lejano, escucho algún murmullo.

 

MARÍA.  Como esta casa sólida y antigua

la pudiera tomar el enemigo,

y en fuerte del momento convertirla,

la junta de este barrio y los vecinos

han dicho que es preciso hacerla ruinas.

 

INÉS. (Con un movimiento involuntario de terror.)

¡Jesús, qué horror!

 

MARÍA. (Con severidad.) Por cierto, madre,

que es poco tu valor.

 

INÉS. (Dominándose.) Prosigue, hija.

 

MARÍA. (Con resolución.)

En fin, yo les he dicho que, en tu nombre,

la casa y cuanto encierra les cedía.

 

INÉS. Bien hecho. (Con firmeza.)

 

MARÍA. Pero que era el caso

para tratarlo como al caso hacía,

y que pensaran que si tal vez fuera

algo mejor volarla que el hundirla,

la necesaria pólvora trajesen,

y puesta en la bodega en una tina,

si el peligro arreciaba y los franceses

vinieran hacia aquí, tu mano misma

pegará fuego a la extendida mecha

dejándola en escombros convertida.

 

INÉS.  (Con calor.) ¡No en balde a la Agustina Zaragoza

has visto combatir; la patria mía

no ha de rendirse nunca al extranjero

mientras albergue tantas Agustinas!

 

MARÍA. ¿Apruebas mis palabras?

 

INÉS. Las apruebo,

y yo sabré cumplir como patricia.

 

MARÍA.  (Queriendo asegurarse de la resolución de su madre.)

¿Si la pólvora traen?...

 

INÉS. ¡La llevan dentro!

Donde quieran ponerla que lo digan.

 

MARÍA. (Al ver que se marcha su madre.)

¡Te marchas de mi lado!

 

INÉS. Los recuerdos

quiero salvar de la espantosa ruina

y voy a recogerlos  con despacio,

(Al ver el ademán de seguirla que hace María.)

no te muevas de aquí, vuelvo enseguida.

 

 

ESCENA II

MARÍA sola.

 

Este monólogo depende de la actriz, la cual comprenderá toda la importancia de la significación y modulación de sus frases, puesto que es de puro sentimiento.

 

MARÍA. ¡Madre del alma!, ¡madre idolatrada!

¡Acaso al verme tan tranquila, piensa

que indiferente el corazón helado

nunca sintió el amor por estas piedras,

y las contemplo a escombros destinadas

sin que hondo llanto de mis ojos vierta!

¡¡Ay!! ¡que el alma en lo profundo llevo

acerado puñal que me atormenta,

y siento la garganta comprimida

por un nudo de hierro que me aprieta!!

¡¡Mi casa!... ¡mis sonrisas, mis amores,

los juegos de mi infancia, mis creencias,

el lecho donde el cuerpo reposaba;

la ventana, colgada de verbenas,

el espejo do viera mi prendido,

el ancho hogar donde quemé la leña,

la estampa de la Virgen, los floreros…

Y allá , muy alto, de los cielos cerca,

el palomar, en cuyos blandos nidos

buscó mi mano la paloma nueva!

¡Y todo en vano polvo, cual lo arrastra

el furioso huracán en noche horrenda,

he de mirarlo presto convertido!!...

(Transición de la tristeza a la indignación; con ademán hacia el foro.)

¡Infame Napoleón! ¡Infame y negra

esa nube de gloria que te ofusca

y te hace ser verdugo de la tierra!...

(Con tristeza.) ¡Ay, madre! tú no sabes que, callada

por no hacerte sentir más viva pena,

recojo en lo profundo de mi pecho

todo este llanto que mis ojos quema!

 

 

ESCENA III

 

TOMÁS, DIEGO y HOMBRES DEL PUEBLO; estos últimos llevando dos barriles que pesan bastante. TOMÁS en traje de voluntario; los demás vestidos de aragoneses (traje del pueblo)

 

 

MARÍA. (Al sentir que llaman a la puerta del patio.)

¿Quién llama?

 

TOMÁS. (Desde dentro.) Yo, Tomás, ¿no me conoces?

 

MARÍA. (Aparte y luego alto.)

(No han de verme llorar) Ya voy, espera.

 

TOMÁS. (Entra solo.) ¿Estás sola?

 

MARÍA. Mi madre está allá dentro

 

TOMÁS. (En segundo término de escena.)

¿Pueden entrar la pólvora?...

 

MARÍA. Que vengan

cuando quisieren.

 

TOMÁS. (Hace entrar a Diego y demás hombres: a ellos.)

Bueno, pues andando.

 

MARÍA. Llévalos tú, Tomás, a la bodega.

 

DIEGO. (Adelantándose hacia la escena y con segunda intención.)

Ya sé yo dónde está, si acaso hay vino…

 

MARÍA. (Con dulzura.) Puedes beber y darles lo que quieran.

 

DIEGO. (Indicando a los hombres que llevan los barriles

la puerta de la casa por la cual entran.)

Por aquí, y cuidadito con los choques.

 

TOMÁS. Que no se olvide colocar la mecha.

 

DIEGO. Yo mismo la pondré.

 

TOMÁS. Por la ventana

puedes por un extremo suspenderla,

que la mecha es muy larga y dará tiempo

para salvarse al punto que se encienda.

 

DIEGO. (Queriéndose enterar del mandado.)

Es decir, que en un extremo en los barriles…

 

TOMÁS. (En sentido afirmativo.)

Y el otro entre los hierros de la reja.

(Diego entra en la casa.)

 

 

ESCENA IV

TOMÁS y MARÍA: poco después DIEGO y demás HOMBRES que lo acompañaban.

 

 

TOMÁS. (Viendo a María con la mano en los ojos y con cariño.)

¡Pobre María! ¿Lloras?

 

MARÍA. (Procurando disimular su pena.) Ni por pienso.

Es que tengo en los ojos...

 

TOMÁS. (Con cariño.) ¡Una pena

 que, aunque negarla quieres, con el llanto

está pugnando por salir afuera!

 

MARÍA. Pues bien, sí, estoy llorando, aunque no quiero,

que era esta casa para mí, la tierra.

 

TOMÁS. María, yo te juro por el cielo

que así que se termine esta pelea,

cuanto soy, cuanto valgo y cuanto tengo

ha de ser para tí.

 

MARÍA. (Con cariño.) ¡Gracias!

 

TOMÁS. No creas

que sólo de palabra lo he jurado.

 

MARÍA. (Con efusión.) Lo sé, Tomás, lo sé por largas pruebas

que tengo de tu amor; yo, por mi parte,

te prometí, y renuevo mi promesa,

que del altar ante las santas aras

he de jurarte ser tu compañera...

(Con tristeza.) ¡Pero mi hogar! ¡Mi madre sin abrigo!...

¡Infelice mujer!

 

DIEGO. (Entrando.) ¿Tomás?

 

TOMÁS. (Con impaciencia.) Espera...

 

DIEGO. Ya está todo en su sitio, ¿mandas algo?

 

TOMÁS. Nada, que te retires y en la puerta

de tu casa coloques los fusiles

para darlos allí cuando convenga.

(Durante este diálogo los hombres han salido de escena por la puerta del patio.)

 

DIEGO. Me voy y dejaré junto á la esquina

para guardar la casa un centinela.

Mariquilla, con Dios. (A María.)

 

MARÍA. Guárdete el cielo.

 

DIEGO. (Ap. a Tomás e indicando la mecha que se habrá visto colocar en los hierros de la ventana.)

(¿Quién dará el fuego?)

 

TOMÁS. (Con impaciente enojo.) Yo; vete ya fuera.

(Diego se va.)

 

 

ESCENA V

MARÍA y TOMÁS

 

 

MARÍA. ¿No los sigues, Tomás?

 

TOMÁS. (Con cariño.) ¿Voy a dejarte

sola con el dolor que te atormenta?

 

(María con un arranque enérgico de entusiasmo y pasando del dolor a la exaltación más violenta.)

MARÍA. ¡Triste fragilidad de las mujeres!...

¡¡El haberla tenido me avergüenza!!

¡Basta ya de llorar; la patria mía

necesita sus hijos y, en la guerra,

no se vierte el raudal de nuestros ojos,

si no la sangre que la vida presta!!

(Con ademán amenazador.)

¡Franceses! De estas lágrimas vertidas,

de este rubor que me causó verterlas,

en breve plazo, por la dicha mía,

habéis de darme precisada cuenta!!!

(Con ademán rápido le coge a Tomás una pistola éste llevará en el cinto.)

¡Dame, Tomás; sin apartarla un punto

de esta mano febril que la sujeta,

me lanzaré al combate, sin que nada

ni nadie en mi camino me detenga!

 

TOMÁS. (Con arranque entusiasta.)

Y yo con el recuerdo idolatrado

de mujer tan amante como fiera,

si antes con entusiasmo peleaba,

como un león me lanzaré en la guerra!

 

MARÍA. (Con viva entonación y entusiasmados ademanes.)

¡¡Y si quiere el destino que vivamos

después de conquistar la independencia,

yo les diré a los hijos de mis hijos,

lo que a los pueblos sus derechos cuestan.

Y de siglos en siglos repetidas

memorias tan gloriosas cuan acerbas,

servirán de bandera en nuestra patria

cuando se acerquen huestes extranjeras.

Y a un solo grito, conmovida España,

los ámbitos llenando de la tierra,

les dirá a las edades y a los pueblos

que libertad y honor nunca se pierdan!!

 

TOMÁS. (Con creciente exaltación.)

¡Adiós, tal vez por siempre, adiós, María!

¡Voime a retar la muerte en las trincheras,

para probar que de tan bravas hijas

héroes no más, es justo que nacieran!...

(Se va precipitadamente por la puerta del fondo, que se queda entreabierta.)

 

MARÍA. ¡A morir! ¡A morir, antes que el mundo

encadenados nuestros hijos vea!!!...

(Se va precipitadamente por la puerta de la casa. En la escena que precede, y cuando Tomás dice, Adiós tal vez, entra Inés en escena ocultándose detrás del barril que hay a la derecha, y escucha hasta el final el diálogo de Tomás y María, sin que éstos se aperciban de su presencia.)

 

 

ESCENA VI

 

INÉS, y luego PEDRO, vestido de capitán de dragones imperiales, envuelto en una capa de fraile que le cubre todo el traje. La capucha se la echa atrás al entrar en escena. Sale por la puerta de la izquierda.

 

 

INÉS. A morir, sí, lo han dicho, no hay remedio,

la muerte con la gloria nos aguarda;

¡patria que ves á tus heroicos hijos

al pie de tu bandera ensangrentada!

¡Hermoso azul de nuestro hermoso cielo!

¡Brisa tranquila que mi frente bañas!

¡Leyendas de fantásticos primores!

¡Recuerdos venturosos de la infancia!

¡Patria bendita, cuyo nombre santo

escrito guardo en lo mejor del alma!!

Débil mujer nací, poco te ofrezco

si he de ofrecerte fuerza inusitada,

pero te juro por el santo templo

que envuelto en joyas el Pilar nos guarda,

que mientras sienta el soplo de la vida

con los brazos no más, si faltan armas,

lucharé por tu noble independencia

con todo el fuego que mi pecho abrasa!

(Durante las últimas palabras de Inés, Pedro aparece, y sin que se entere Inés de su presencia, se dirige a la puerta del patio cerrándola con precaución: al ligero ruido que hace, vuelve Inés la cabeza dando lugar á lo siguiente. Es necesario que el público se aperciba de estos movimientos, y del sitio por donde entra Pedro.)

Qué ruido es ese... ¡santo Dios, qué veo!

 

PEDRO. (Adelantándose hacia su madre.)

¡Madre, madre!...

 

INÉS. (Abrazándole con frenesí: instante, cuya interpretación se deja a cargo de la actriz.)

¡¡¡Jesús, hijo del alma!!:

(Pausa de breves segundos.)

¿Pero qué es esto, acaso desvarío?...

 

PEDRO. No, yo soy. (Con cariño.)

 

INÉS. Por favor, por favor, habla?...

 

PEDRO. ¿Tu perdón?

 

INÉS. ¡Mi perdón! ¡Piensa el ingrato

que llamándome madre lo negara?

 

PEDRO. ¿Pero tanto abandono, tanto olvido?...

 

INÉS. ¿No estoy oyendo, Pedro, tus palabras?

¡Pues si al fin te escuché, si te estoy viendo

malo o bueno el ayer ¿me importa nada?

 

PEDRO. (Con efusión.)

¡Bendita seas, madre de mi vida!!...

Y ¿dónde está María? ¡Pobre hermana!

¡Tan niña la dejé, que mi memoria

tal vez se habrá borrado de su alma!

 

INÉS. Si de pronto te viese, Pedro mío,

sólo como un extraño te mirara,

porque apenas recuerda tus facciones,

y menos el vibrar de tu palabra.

 

PEDRO. Sí; ¡me dejó tan niña!!...

 

INÉS. ¡Cuando al campo

por orden de la ciencia fue llevada,

siete años solamente cumpliría;

después tú te marchaste de esta casa,

y cuando ella volvió, yo estaba sola...

¡Nueve años sin mirarle! ¡Si me espanta!

 

PEDRO. ¡Nueve años hace ya! ¡Bien lo recuerdo!...

 

INÉS. ¿Pero dime por Dios?...

 

PEDRO. ¿De aquella carta?

 

INÉS. (Sacando un papel del pecho.)

Mírala; sobre mí siempre la llevo

y ya sé de memoria sus palabras:

(Abre la carta y recita sin mirar el papel.)

«Madre; me voy y acaso por ingrato

viva en tu corazón; ten esperanza

que pronto o tarde volveré algún día

y entonces me dirás si te engañaba.

Ancho es el mundo, mi ambición inmensa,

para llegar a donde sueña el alma

me era preciso atesorar riqueza

o ser de tu vejez inmensa carga:

de mí mismo yo quiero la fortuna,

voy con mis pocos años á lograrla.»

(Dejando de recitar.)

Tales son estas letras que mis ojos

de noche y día sin cesar repasan...

¿Después?

 

PEDRO. Después, con mi trabajo,

con aquellos tesoros, que en mi infancia,

tu vasta ilustración dejó grabados;

con mi loca ambición, y con mi audacia,

logré que el huracán de la fortuna

sobre mi vida un punto se parara.

 

INÉS. ¿Y bien?

 

PEDRO. A la nación vecina

pasé...

 

INÉS. (Con dolorosa entonación.)

¡Hijo!

 

PEDRO. Con ventura extraña,

y con medios que callo por prolijos,

a sus banderas ofrecí mi espada...

 

INÉS. (Como si no comprendiera lo que oye.)

Sin duda no escucharon mis oídos.

¿Dices que eres soldado?

 

PEDRO. (Sin comprender la intención de su madre prosigue su  relato y uniendo la acción á la palabra se desemboza mostrando su uniforme, la capa cae al suelo y allí se queda.)

¡De la Francia!

¡Capitán de dragones imperiales,

nombrado sobre el campo de batalla

por Verdier, general de nuestras tropas

que tiene a Zaragoza bloqueada.

(Aquí hace Inés un movimiento para hablar, pero no le deja Pedro, que prosigue con entusiasmo.)

Y ayer, cuando al ataque del Portillo

nuestros bravos soldados se lanzaban,

llevando entre mis manos su bandera

y ebrio mi pensamiento de esperanza,

me arrojé con valor inusitado

donde más reciamente se luchaba.

 

INÉS. (Interrumpiéndole con calma y contenida indignación aunque con tono algo sarcástico.)

¿Y acaso a la Agustina Zaragoza

amenazó tu vengadora espada?...

 

PEDRO. (Sin comprender la intención de Inés.)

Cuando aquella mujer enloquecida

la mecha entre sus manos levantaba

para lanzar en contra de mi hueste

una lluvia horrorosa de metralla...

 

INÉS. (Sin poderse contener le coge con violencia una mano diciendo con reconcentrado acento.)

¿No sentiste brotar dentro del pecho

de honda vergüenza abrasadora llama,

ni tus manos soltaron tu bandera

ni de tus ojos resbaló una lágrima?...

 

PEDRO. (Asombrado sin comprender la intención de Inés.)

¡Madre!...

 

INÉS. (En el mismo tono.)

Dime: ¿y sin fuerzas desde entonces

para vender como traidor tu patria,

no corriste, de espanto poseído,

y de la Virgen a las nobles plantas,

no juraste verter tu sangre toda

por defender la libertad de España?

 

PEDRO. (Fuera de sí al escuchar a Inés.)

¡Madre, yo no comprendo lo que dices!

¿Qué mal pude yo hacer! ¿Por qué me lanzas

con ese tan sarcástico lenguaje

unas frases tan duras y tan agrias?

Acaso yo, que a la fortuna unido

y por la gloria conmovida el alma,

logrado tu perdón, viéndote amante,

al contarte mis triunfos te enojaba?

 

INÉS. (Ap.) (¡Es posible no sepa el desgraciado

todo el horror que encierran sus palabras!)

(Alto y procurando dar más dulzura a sus palabras.)

Pero infeliz, ¿ignoras que tu vida

entrando en Zaragoza peligraba?

¿Cómo hasta aquí llegaste, pronto, dime?

 

PEDRO. (Llevándola hacia la puerta por donde entró y señalando al interior.)

Míralo.

 

INÉS. ¿De una mina esa es la entrada?

 

PEDRO. (Al ver que hace Inés un movimiento para retirarse.)

Sí, pero escúchame, que por mi daño

el tiempo más que sobra está de falta.

(Inés se queda en el centro de la escena escuchando a su hijo, aunque sin mirarle.)

Sabiendo por Verdier, soy su ayudante,

que un ataque horroroso se prepara

y sin poder entrar en Zaragoza

como hace días ambiciona el alma,

he concebido un plan, que hasta la fecha

no me sale tan mal como esperaba:

conociendo el terreno palmo a palmo

de lo que fue el albergue de mi infancia...

 

INÉS. (Con amargura.)

¡De tu niñez me asombra que te acuerdes!

 

PEDRO. Me propuse llegar donde te hallabas.

De la última trinchera del Portillo

hasta aquí casi es nula la distancia,

y una mina, hábilmente dirigida,

por ese pabellón me dio la entrada,

sirviéndome de mucho el subterráneo

que esconden los cimientos de la casa

y del que tú es posible nada sepas.

 

INÉS. Es cierto, nada sé.

 

PEDRO. Si por desgracia

en contra de mi plan y mis deseos

no hubiera sido tuya esta morada...

 

INÉS. (Con amargura.)

¡Es muy rica de penas y recuerdos

para que Inés, tu madre, la dejara!

 

PEDRO. (Siguiendo su relato.)

Entonces con sigilo hubiese vuelto

a mi campo; ¡por Dios que no esperaba

ser tan dichoso!...

(Abrazando a su madre que le rechaza con alguna frialdad.)

 

INÉS. Bien, ya estás en ella.

¿Ya no la dejarás?

 

PEDRO. (Con extrañeza.)

¡Yo! ¿No dejarla?...

¡Verdier sabe que he entrado en Zaragoza

aunque ignora el por qué; hoy se prepara

un ataque y acaso está esperando

que le lleve noticias...

 

INÉS. (Con indignación.) ¡No me espanta!

¡Hijo ingrato, traidor á Zaragoza!

¡Tan sólo el ser espía te faltaba!

 

PEDRO. ¡Madre, por Dios! (Con vehemencia.)

 

INÉS. (Con resolución.) Sí, Pedro, ya lo sabes,

así piensa tu madre, que del alma

quisiera arrebatar, aún la memoria

de que hubo un tiempo que feliz te amaba.

 

PEDRO. (Con amargura.)

¡Oh, cruel!

 

INÉS. (Con energía.)

¡No lo soy, no, por mi nombre!

No dejes Zaragoza, mis palabras

olvida, al punto sígueme; del templo

bajo las anchas naves me acompañas;

después, a tus hermanos reunidos

corre pronto a pedir que te den armas

y al noble son de tus cantares patrios

lucha como español en las murallas!

 

PEDRO. (Con asombro primero, luego con energía.)

¿Que deje a Napoleón? ¡Madre, estás loca!

 

INÉS. ¡Loca me volveré por mi desgracia!

(Con vehemencia.)

¿Pero sabes lo que es, ¡desventurado!

ese falaz que Napoleón se llama?

 

PEDRO. (Poseído de entusiasmo al relatar los hechos de Napoleón.)

¡Napoleón, madre mía, es el destino

que vierte sobre Europa conquistada

la semilla de edades lisonjeras

para la dicha de la grey humana!

¡Napoleón, al fragor de sus cañones

y en los sangrientos campos de batalla,

enseña al pueblo a conquistar derechos

que un bárbaro egoísmo le negaba!

¡Nada importa que reyes y naciones

tiemblen ante el vibrar de su palabra,

ni que la tierra estremecida gima

al sostener a sus triunfantes águilas!

¡De esos rudos combates que sostiene,

de esas dobles conquistas que levanta,

han de nacer en siglos venideros

hondas virtudes que con sangre arraigan!

 

INÉS. (Con gravedad y entonación dramática contestando a Pedro aunque sin mirarle.)

¡De esa hecatombe que consigue impío

jamás la luz de la virtud se alza,

ni habrá para los pueblos libertades

entre arroyos de sangre pregonadas!

¡De ese ciego furor que le sostiene,

de esas legiones que a su antojo manda,

tan sólo han de quedar sobre la tierra

algunas cortas y sangrientas páginas!

(Volviéndose con vehemencia hacia Pedro.)

¡Y si ciego, en tu loco desvarío.

quieres ver dicha donde sólo hay lágrimas,

si a tu gran Napoleón enalteciendo

hasta la gloria con pasión levantas,

yo te diré que acaso sus conquistas

sirvan como crisol de nuestra raza,

y ante el fuego que arrojan sus cañones

contemple el mundo lo que vale España!!

(Con creciente entusiasmo.)

¡Yo te diré que su grandeza toda

en vano polvo la verás mañana,

y en cambio, el heroísmo de los hijos

que nacen bajo el cielo de tu patria,

en el augusto Templo de la Historia

con letras de oro esculpirá la fama!

¡¡Yo te diré que al peso de sus huestes

tal vez, Europa conmovida caiga,

en tanto que la noble patria mía

de su yugo ominoso se levanta!!

 

PEDRO. ¡Madre! ¡Madre! (Con terror.)

 

INÉS. (Con amargura y tristeza.)

Ya sé que a tus oídos

no llegaron jamás tales palabras,

porque viviste lejos de mis brazos

y lejos de la cuna de tu raza.

(Con energía.)

Mas es preciso que a tu madre escuches

pues antes fue preciso que escuchara.

 

PEDRO. (Con cariño.) Háblame, sí, te escucho conmovido,

que mucho amor mi corazón te guarda,

por más que llore viendo tu locura

y me asombra mirar tu confianza.

 

INÉS. (Con altivez.)

¡Sangre española corre por mis venas!...

¿Viste que un español no la guardara?

 

PEDRO. Sí, mas en este caso, madre mía,

es locura tan sólo el abrigarla:

Zaragoza son ruinas solamente

de un doble y triple cerco rodeada;

muy pronto ha de empezar el bombardeo

que ha de verla rendida sin tardanza,

pues no es posible que con ruinas sólo.

 

INÉS. (Le mira breves segundos, le toma de la mano llevándole hacia la ventana del fondo, que abre de par en par, diciendo con tono mesurado.)

Mira esa calle; mira con despacio

esos grupos; observa que en sus caras

los rasgos de una indómita fiereza

con indecible fuerza se retratan... (Pausa.)

Mira aquella mujer, joven y madre,

con qué serena y elocuente calma,

mientras mece la cuna de su hijo

anchos fusiles con su mano carga... (Pausa.)

Mira aquel pobre anciano, cuyos ojos

no ven la luz del sol; mira sus canas,

y mira cómo a tientas va poniendo

la espoleta que enciende las granadas.

¿Lo ves?, ¿lo ves?...

 

PEDRO. (Confuso.) ¡Sí, madre, ya lo veo!

(Se separan de la ventana dejándola cerrada.)

 

INÉS. (Con viva entonación.)

Zaragoza sin torres, ni murallas,

ni fosos, ni aspilleras, ni cañones;

Zaragoza hecha ruinas y abrasada,

sucumbirá tan sólo A los franceses

cuando los nobles hijos que la guardan

no puedan presentar su herido pecho

 

PEDRO. (Con vehemencia.)

¡Oh, madre mía! ¡Tu valor extraño

no me convence y me tortura el alma!

 

INÉS. (Con acento reconcentrada.)

¡Siento vergüenza al escucharte! ¡¡¡Hijo!!!

¡Tú no has nacido, no, de mis entrañas!

 

PEDRO. (Con vehemencia y cariño.)

Sí; pues estoy aquí para salvarte;

hijo tuyo que, amante y entusiasta,

viene a arrancarte de la muerte cierta,

aunque te pese.

 

INÉS. (Con horror retrocediendo.)

¡Oh, Dios! ¿qué escucha el alma?...

¿Tú vienes á llevarme? ¡Cielo santo,

separa ya mi cáliz, no más, basta!!

(A Pedro.) Insensato, ¿qué intenta tu locura?

 

PEDRO. Salvaros a las dos. (Con energía.)

 

INÉS. (Retrocediendo hacia la casa de la derecha.)

¡Por Cristo! calla,

que si no me acordara que eres hijo

muerto tal vez cayeras a mis plantas!

Huye, si quieres, lejos de estos muros;

vuelve a ofrecer tu corazón a Francia

sin que jamás te acuerdes que has nacido

en esta noble y generosa patria.

¡Vete! vete si quieres; pero nunca

profanes el ambiente de tu casa

diciendo que has venido, aciago día,

a sacarnos de aquí!

(Desde que empieza a hablar Inés se escucha un ligero murmullo y muy lejanos disparos de fusilería; al llegar a este punto de la escena el murmullo aumenta aunque sin apercibirse voces ningunas.)

 

PEDRO. ¿No escuchas?, ¡calla!...

ya ha empezado el ataque, madre mía;

locura es discutir, el tiempo pasa.

(E1 murmullo se atenúa cesando la fusilería.)

Yo dejaré las armas si tú quieres,

pero sálvate tú, salva a mi hermana,

y en los hermosos campos de Bayona,

donde bienes y amigos nos aguardan,

viviremos los tres lejos del mundo

y lejos de esas luchas que te exaltan.

 

INÉS. ¿Es decir que la paz me ofreces? (Con sarcasmo.)

 

PEDRO. (En el mismo tono.) ¡Madre!...

 

INÉS. ¿La paz y la fortuna en tierra extraña?

 

PEDRO. Y aquí todo el horror de larga lucha,

la pobreza y la muerte al fin te aguarda.

 

INÉS. (Con enérgica entonación y muy alto.)

¡Pues huye tú a los campos de Bayona

mientras muero luchando por España!

 

VOZ. (Sobresaliendo entre el murmullo que sin cesar se oye.)

¡Viva Agustina Zaragoza!

 

INÉS. ¿No escuchas?

 

PEDRO. Escucho y se confunde el pensamiento.

¿Acaso intentarán nueva defensa?

¿Pero cómo ha de ser y por qué medio?

¡Fanáticos no más! Vamos, ¿me sigues?

 

INÉS. ¿Pero aún no has desistido de tu empeño?

¿No te he dicho que no?

 

PEDRO. ¿Pero qué esperas?

(Desde este momento el murmullo que cada vez se había ido haciendo más lejano cesa del todo.)

 

INÉS. ¡Y me pregunta el pobre lo que espero!

Espero que esta casa, un tiempo tuya,

largos años envuelta en el silencio,

abra sus puertas a los bravos hijos

que a defenderla vengan como buenos.

Espero que sus dobles paredones,

al derrumbarse con sonoro estruendo,

arranquen el acero de mi mano

y el entusiasmo ardiente de mi pecho!

¡Espero que el dolor que me has causado,

en el combate lenitivo viendo,

le de más fuerza a mi cansado brazo

y más valor a el femenino cuerpo!

 

PEDRO. (Con desolación.) ¡Desgraciada!, ¿y tu hija? ¿Al sacrificio

la llevará tu pernicioso celo?

 

INÉS. (Con orgullosa entonación.)

¡Mi hija creció al calor de mis abrazos,

su alma latió mecida por mis besos,

y del Pilar ante la santa imagen,

juró morir su patria defendiendo.

 

PEDRO. (Con exaltación.)

¡Patria! ¡Patria! ¡Do quier oigo su nombre?

¿Dónde la patria está, que no la veo?

 

INÉS. (Con acento sublime.)

¡Está donde nacieron tus sonrisas,

do tus primeras lágrimas corrieron,

donde se oyen los cantos que se cantan,

do se ven las acciones de los cuentos,

donde se escucha la palabra misma

que infantiles tus labios aprendieron!

(Desde este momento se oye de nuevo el murmullo, que va creciendo hasta la terminación de la escena, pero de modo que no moleste al público.)

Está donde se ven las ilusiones

del juvenil y dulce pensamiento;

donde nace el calor del entusiasmo

se esconde la pena del recuerdo;

donde meces la cuna de tus hijos

y guardas las cenizas de tus deudos.

¡¡Qué mucho que preguntes por la patria

si tu loca ambición te llevó lejos...

 

(Desde la terminación de esta escena y durante el transcurso de lo que sigue, no deja de oírse murmullo de voces (a intervalos), descargas de fusilería (estas lejanas), aviso de bomba por la campana, cuyos rumores no han de molestar al público. Empieza á anochecer lentamente, de modo que al terminar el acto cierre la noche del todo.)

 

 

 

ESCENA VII

INÉS, PEDRO, MARÍA, y luego TOMÁS, DIEGO, HOMBRES y MUJERES DEL PUEBLO, estos últimos armados con trabucos, hoces y diferentes armas y con hachones encendidos.

 

 

MARÍA. (Dentro viniendo la voz desde muy alto.)

¡Madre! ¡madre! Ya vienen los franceses

a atacar el Portillo...

 

INÉS. (Con terror.) ¡Dios etemo!

Tu hermana, que no sepa, desdichado,

que eres su hermano tú.

 

PEDRO. (Ap.) (No la comprendo.)

 

INÉS. ¿Dónde estás? (A María, alto.)

 

MARÍA. (Dentro.) Del torreón en la ventana

su marcha doble sin cesar observo.

 

INÉS. (A Pedro.) Aprovecha su ausencia y sin tardanza

huye de aquí.

 

PEDRO. (Ap.) (Puesto que no hay remedio

me llevaré á la madre, y por la hija

sin tardar volveré.)

(Coge a Inés por la cintura procurando llevársela; Inés se defiende y se da lugar a la consiguiente lucha.)

 

INÉS. (Al sentirse cogida.) ¡Viven los cielos!

¡Suelta, impío!

 

MARÍA. (Dentro, alto y vivo.) ¡Ya corren, ya se acercan!

¡Con qué bravo entusiasmo están los nuestros!

(Descarga de fusilería.)

 

PEDRO. (A Inés.) Es inútil, te salvo aunque no quieras.

 

INÉS. Si no sueltas, doy gritos y eres muerto.

 

PEDRO. Si quieres, hazlo, pero soy tu hijo.

(En este momento la lucha cede al escuchar el canto de una rondalla que se aleja vivamente como si solo hubiera atravesado una bocacalle.)

 

RONDALLA. (Cantando la jota del sitio.)

La Virgen del Pilar dice

que no quiere ser francesa,

que quiere ser capitana

de la tropa aragonesa.

(Es inútil recomendar que desde el principio de esta escena hasta el final, los actores han de expresarse con viva rapidez.)

 

INÉS. ¡Insensato! ¡Renuncia a tu proyecto...

(Durante la lucha anterior, Pedro ha conseguido arrastrar a Inés hasta cerca del montón de leña.)

 

UNA VOZ. ¡Viva España! ¡Mujeres, a la lucha!...

 

INÉS. (A media voz y sin fuerzas ya para resistir.)

¡Hija! ¡Socorro!!

 

MARÍA. (Apareciendo en una ventana alta.) ¡Madre! ¡Santo cielo!

¡Tomás! ¡Diego! ¡Socorro, los franceses!...

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Huye!!

 

PEDRO. (A Inés.) Sin ti, jamás!

 

MARÍA. (Dentro) ¡¡Socorro!!

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Pedro!

 

MARÍA. (Dentro.) ¡Madre, madre! ¡Defiéndete un minuto

mientras bajo!

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Por Dios!

 

PEDRO. (Separándose da su madre.) Puesto que el cielo

lo quiere, sea; muere por tu patria,

y adiós, desventurada!!...

 

INÉS. (A Pedro, con precipitación.) ¡Presto, presto!

que vienen ya!...

 

MARÍA. (Entra con la pistola en la mano.) ¡La fuga no te salva!

Muere, infame francés...

(Le apunta con la pistola y dispara. Pedro al sentirse herido avanza hacia el lado donde está Inés, viniendo á caer cerca del emparrado, segundo término de escena. La posición de los actores es la siguiente: Inés y Pedro formando un grupo a la derecha del espectador, María abriendo la puerta del patio a los que se supone acuden a sus voces de socorro.)

 

INÉS. (Al ver caer á su hijo.) ¡Virgen del cielo!

 

MARÍA. ¡Por aquí! ¡Ven! (En la puerta del patio.)

 

PEDRO. (A Inés.) ¡Su mano es inocente!...

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Hijo del corazón!...

 

PEDRO.  (A Inés.) Con tu silencio

quiero contar en mi postrer instante,

¿Me lo juras?

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Lo juro!...

 

MARÍA. (Entrando en el patio seguida de Tomás, Diego, hombres y mujeres del pueblo. Al ver a su madre sosteniendo a Pedro entre sus brazos como en tono de reproche.)

¡Madre!

 

PEDRO. (Agonizando.) ¡Muero,

tal vez por la justicia soberana

castigado!

 

MARÍA. (Ap. a Inés.) (¿No ves que te están viendo?)

(Alto y dirigiéndose á los que están en la puerta.)

Este francés que entró, no sé por dónde,

y amenazó a mi madre...

(Movimiento del grupo para lanzarse sobre Pedro.)

¡Quietos, quietos!

Mirar que está ya herido!

 

DIEGO. (A María.) ¿Por tu mano?

¡Demonio de rapaza! ¡Qué me alegro!

¿Pero qué hace tu madre?

 

MARÍA. (Confusa.) Está a su lado...

 

TOMÁS. (Como haciéndose violencia.)

¿Caritativa siempre a lo que veo?

 

MARÍA. (Ap. a Inés.) (Que te van a llamar afrancesada.)

Como ella es tan amante!... (Alto a los demás.)

 

INÉS. (A Pedro.) ¡Pedro! ¡Pedro!

 

PEDRO. ¡Adiós, madre, quisiera...

 

INÉS. (A Pedro.)¡Dime, hijo!...

 

DIEGO. (A Tomás.) ¡Es raro el sucedido!...

 

PEDRO. (A Inés.) Que mi cuerpo

quedase entre las ruinas de esta casa...

 

INÉS. Yo te lo fío!... (A Pedro.)

 

PEDRO. (Muere.) ¡Adiós por siempre!

 

INÉS. (Con desesperación.) ¡¡Muerto!!

(Desde este momento empieza a oírse lejano toque de arrebato que, junto con el fuego de fusilería y cañón y con los murmullos, componen el cuadro final de la escena).

 

DlFGO. (A Inés vivo y alto)

¡Inés, ese dolor, siendo un gavacho...

 

MARÍA. (Ap. a Inés y vivo.)

(¿No escuchas, di, lo que te están diciendo?)

 

INÉS. (Conteniendo su dolor y alto a todos.)

Sí, pero el pobre... y luego la sorpresa...

(Ap.) (¡Corazón infeliz, guarda silencio!)

 

DlEGO. ¡Que hacemos falta fuera! (Bruscamente a los demás.)

 

TOMÁS. (Ap. A María.) (Yo no entiendo...)

 

MARÍA. (Ap. a Inés.) (Di alguna frase que en tu abono salga.)

 

INÉS. (A todos.) Escuchad, escuchad.

 

DIEGO. (A Inés.) Vamos, ¿qué es ello?

 

INÉS. ¡Por allí hay una mina! (Alto a los demás.)

 

DIEGO. (Con mal modo y vivo.) ¿Y esa calma,

cuando acaso el francés nos está viendo?

 

INÉS. (A Diego.) Va al campo de Verdier ¡con gente brava!...

 

DIEGO. (Terminando el pensamiento de Inés.)

¡Vaya si hemos de ir!

 

INÉS. (Volviéndose hacia su hijo.) ( ¡Hijo, te vengo!)

 

TOMÁS. (Levantando la espada y dirigiéndose a la puerta de la izquierda.)

Yo he de guiaros.

 

TODOS. ¡¡Bien!!

 

DIEGO. (A las mujeres.) Y ahora vosotras,

(Las mujeres, que van todas armadas, se adelantan )

la primer barricada apagó el fuego...

¡Conque a encenderle pronto!

 

INÉS. (A Diego.) En la bodega

los barriles de pólvora prevengo,

y si entran los franceses en la calle

haré volar mi casa!

 

DIEGO. (Con entusiasmo.)¡Bravo! Veo

que se porta cual sabe la vecina.

 

MARÍA. ¡Madre! (Abrazando a su madre.)

 

INÉS. (Separando con dulzura á su hija y con ademán enérgico.)

¡¡A las barricadas!!

 

MARÍA. (A Inés.) ¿Nos veremos?

 

INÉS. (Con tono solemne.)

        ¡Tan solamente la justicia eterna

puede saber lo que nos guarda el tiempo!

(Toques lejanos de cornetas: el rumor de la batalla crece.)

 

TOMÁS. (Dirigiéndose a la puerta de la izquierda y en muy alta voz.)

¡Seguidme á conquistar la independencia!

(Desaparecen por detrás de la leña.)

 

MARÍA. (Con entusiasmo dirigiéndose a las mujeres.)

A defender España, hijas del pueblo!

(Sale precipitadamente por la puerta del pitio seguida por las mujeres.)

 

RONDALLA. (Cantando cerca y vivo.)

La Virgen del Pilar dice

que no quiere ser francesa...

 

(La actitud de los personajes es la siguiente: los hombres desapareciendo por detrás de la leña; las mujeres saliendo rápidamente por la puerta del patio, Inés arrodillada al lado de su hijo e iluminada la escena con bengalas.)

(El telón cae rápidamente.)

 

FIN

 

 

Notas

(1) En el verano de 1909 el Gobierno de Antonio Maura moviliza a los reservistas para enviarlos a combatir a Marruecos, en la denominada Guerra de Melilla. Aquella medida generó gran descontento en muchas ciudades. En Barcelona fue el detonante de los violentos sucesos que asolaron la ciudad a finales de julio: la Semana Trágica. Rosario de Acuña, considerando que «su sentido patriótico se relaciona con los momentos actuales», decide reponerla en Gijón, tal y como cuenta en una entrevista publicada el 25 de septiembre (⇑).

 

(2) En relación con esta obra, se recomienda la lectura del siguiente comentario:

 

Portada del diario El Pais del lunes 25 de octubre de 1909
101. Si no se descatoliza a la mujer... ¡Nada!
En el verano de 1909 España vivió uno de sus momentos más convulsos. El 11 de julio de aquel año se publica un decreto en la Gaceta de Madrid por el cual se procede a «llamar a filas los soldados de la Reserva activa que considere precisos... A finales de mes las tensiones obreras y anticlericales provoquen un estallido de acontecimientos violentos...

 

(3) En la Biblioteca Nacional se conserva un original manuscrito de esta obra, que se puede consultar pulsando en este enlace (⇑)

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)