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Contestación a la poesía que el señor L.M.R. ha dedicado a Pipaón[1]

 

He leído a Pipaon

vuestra notable misiva,

y me ruega que os escriba

diciendo, en contestación,

lo que más puesto en razón

con sus instintos se vea,

que aunque viviendo en aldea

y llamándose animal

con su espíritu cabal

razona, siente y desea.

Habla Pipaon, y yo

traduzco su pío, pío:

 

«Que tengo el seso vacío

decís, señor, eso no;

quien despacio me observó

pudo ver en mi mollera,

si no radiante lumbrera,

alguna chispa divina,

que Dios lo mismo ilumina

a los hombres que a la fiera.

 

«El polvo que arrastra el viento

da testimonio al humano

de ese Poder Soberano

que irradia en el pensamiento;

todo, bajo el firmamento,

nos habla del Creador;

un átomo de su amor

llevo en mi ser escondido,

por el cual me encuentro unido

a otra esfera superior.

 

«Y así, de aquesta manera

todos los seres vivimos,

sin saber ni lo que fuimos,

ni lo que al fin nos espera;

lo mismo el ave ligera,

que el gusano, que el mortal,

sujetos al bien y al mal,

van cumpliendo sus destinos

por los múltiples caminos

de este globo terrenal.

 

«Nací en invierno; el regazo

de mi dueña me abrigó;

comí lo que ella comió,

dormí sobre su brazo;

no tuve otra madre yo

ni otro mundo conocí;

por su voluntad viví,

y ella de mi vida cuida…

le soy deudor de mi vida

desde el punto en que nací.

 

«Pues si por este favor

le debo estar obligado

y en mi ser organizado

con exquisito primor

encuentra un eco el amor,

y sé recordar y siento,

¿no fuera mal pensamiento

con acritud despreciarla

y dejar de acariciarla

con zalamero contento?

 

«Pienso que sí, y aún os digo

que a todos parecería

proceder de mal amigo

no amar a la dueña mía;

mucho de mí se diría

si fuese arisco o artero

y si pagara el esmero

de su constante cuidado

bien huyendo de su lado

o maltratándola fiero.

 

«No soy así; dulcemente

la miro si a hablar me empieza;

nunca alejo mi cabeza

cuando me acerca su frente;

con un piar elocuente,

mezcla de amor y querella

que solo aprendí por ella,

la llamo, si lejos viene,

y ahueco mi pluma bella

cuando en su falda me tiene.

 

«La doy cuanto puede darla

un ser pobre y desvalido,

el cual, apenas nacido

tiene ya que abandonarla;

no he de poder evitarla

la pena de verme muerto,

que es el porvenir incierto,

y tengo existencia breve,

pero no ha de ser aleve

su dolor, eso, de cierto.

 

«Porque ella debe saber,

en ese mundo en que vive,

que nada en él se recibe

que eterno se pueda ver;

todo se habrá de perder;

todo se vuelve a la nada,

y en la postrera jornada

la vida, con ser la vida,

también se da por perdida

y se deja abandonada.

 

«Pues si ella de tal razón

la verdad aprecia y sabe

su dolor tranquilo y suave

no ha de herirle el corazón;

que si de cada pasión

se hiciese conocimiento,

no tuviera el sentimiento

paroxismos de locura,

que toda pasión se cura

con la luz del pensamiento.

 

«En cuanto a menguar la gloria

que el mundo la pueda dar,

ella sabe avalorar

sabe también de memoria

que los destellos brillantes,

que algunos breves instantes,

vieron sobre ella las gentes,

son incienso de parientes

o bien de amigos galantes.

 

«Fantasma irrisorio y vano

la gloria para ella fue…!

yo que la conozco, sé

que en su corazón humano

nunca hizo mella el insano

afán del grajo y vestido,

sabe muy bien lo que ha sido,

lo que es, lo que puede ser…

nació mujer, y mujer

morirá como ha nacido.

 

«Jamás en historia alguna

ha de llegarse a contar

algo que pudiera honrar

con gloria inmortal su cuna;

sin ser a nadie importuna

vive en olvido profundo;

nada la reserva el mundo;

si así no fuese, en verdad,

para el genio sin segundo,

que deja la humanidad?

 

«Si no la puedo quitar

gloria que nunca soñó;

si no ha de tenerla, y yo

en cambio la puedo dar,

con mi amoroso piar,

tranquila y dulce alegría,

¿no será una picardía

que, por prudencia irrisoria,

temiendo ahuyentar su gloria

la deje triste o sombría?

 

«Contestado estáis, señor:

si acaso de mal talante

llegáis a verme pedante,

y bachiller, y hablador,

calmad vuestro mal humor,

pasando en torno revista,

y veréis, ¡Dios nos asista!

por cada ser de talento,

más de un millón en la lista

 

«Quede mi falta amenguada,

y suspended vuestro fallo,

que si soy tonto, soy gallo

que nunca se mete en nada»

Aquí da por terminada

tan cumplida relación;

os hice la traducción

con el más prolijo esmero…

que le perdonéis espero

 

 

 

[1]La ilustre autora de Rienzi el Tribuno, posee un gallo domesticado que se llama Pipaon, lo cual explica las cartas que insertamos [nota de la redacción].

 

El poema al que Rosario de Acuña contesta llevaba por título «Al insigne Pipaon», estaba firmado con las iniciales L.M.R., se publicaba en el mismo número de la revista,  y decía así: 

Dichoso tú ¡oh Pipaón! / ser vulgar y extraordinario / que absorbiste de Rosario / la mente y el corazón. / Cuando con el ronco son / de tu laringe-requinto / nuncio eres del alba en Pinto, / te semejas en lo ufano / a un monarca soberano / casi como Carlos Quinto. / 

Y es que, aunque de seso huero, / juzgas con intuición rara, / que el pabellón que te ampara / abona tu orgullo fiero. / Mas no adviertes zalamero, / que ese embeleso es traidor, / pues si enardeces su amor, / dada tu existencia breve, / más profundo y más aleve / tiene que ser tu dolor. / 

Calma, Pipaón, prudente / egoísmo tan punible; / vuelve a esa dama sensible / su corazón y su mente. / Ambos son timbre esplendente / de la patria a la que dan gloria, / y es injusticia notoria / que por un pollo pedante / mengüe el espacio brillante / de su página en la Historia. /

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)