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A la respetable logia masónica Luz de Finisterre, número 4

 

 

Señores:

Cuando al repetir la lectura de su misiva quedó mi pensamiento parado un punto sobre las frases que el papel me mostraba, hundí en los abismos de mi conciencia, rebuscando en ellos la forma verbal con que traducir aquellas emociones que me embargaron. Pena, incertidumbre, sobresalto, desconsuelo: todo esto se arremolinaba, como torbellino levantado por el simoun en las llanuras estériles de Arabia, dentro de mi ser, estáticamente reconcentrado en las soledades inmensas de la meditación; todo esto se alzaba pavorosamente alrededor de mi personalidad de mujer, invitándome con vertiginoso voltear al anonadamiento, a la anulación pasiva, a la inercia fatalista que conduce a los átomos insensibles de la materia. Sí; me veía tan pequeña, ¡tan pequeña!, ¡me encontraba tan microscópica en los grandiosos campos de las luchas humanas, que un ansia de muerte y de negación hizo asomar a mis pupilas dos lágrimas abrasadoras de horrible dolor! ¡De tal manera vino sobre mi insignificancia la pesadumbre de su grandeza!

Señores: pobre criatura errante como los fuegos fatuos que brotan del seno de la muerte, el sueño ideal de mi espíritu se difumina sin forma, sonido ni color, en un más allá cada vez más lejano cuanto más perseguido; ningún deseo, más que el de domeñar cuantos en mí nacieren, anima la vitalidad de mi ser; ninguna esperanza terrenal logra plegar mis labios con una sonrisa de felicidad; solamente el desasosiego de lo desconocido infunde en mi inteligencia una amargura sin límite ni fondo, en cuyas heces se agitan, como en caótico periodo, las enseñanzas de la historia, las conquistas de la ciencia, los recuerdos de las tradiciones; el presente de las sociedades, el destino de las razas, la fe en la vida, las curiosidades sobre la muerte… y mi organismo femenino: pues bien, cuando (ansiando seguir algún precepto que marque un punto fijo a esta alma mía sin piloto ni norte en los turbulentos mares de la existencia) reconcentro mi facultad pensante para conocerme a mí misma, no puedo evitar un estremecimiento de espanto al ver las olas gigantescas que me rodean deshaciendo sus cascadas de espuma sobre mi frágil y combatido ser; algo, que pudiera muy bien definirse como la conciencia del peligro, túrbame en más de una ocasión, viniendo a llenar el vacío del alma con que es más horrible que el vacío, ¡con el miedo!

Brisa que crea las espesísimas nieblas de los océanos polares, dejando al descubierto sus formidables escollos; brote, henchido de savia, que anuncia el renacimiento primaveral de la naturaleza triunfante del invierno; lejana silueta de altísima palmera ofreciendo raudal cristalino y descanso preciso al extenuado y sediento caminante, ¡tal ha sido para mí su noble y generosa carta! Al repetir las frases «…en los días de prueba, si llegasen, esta logia y con ella toda la masonería, estará a vuestro lado…», creo sentir aquel aletear sedoso que el Dante notaba en las mansiones celestes, y que le explicaba su amada Beatriz diciéndole que era el vuelo de espíritus invisibles que rodeaban su frente, me veo como el poeta florentino en medio de una legión que no ven mis ojos ni aprecian mis sentidos, que baten su poderoso vuelo a mi alrededor llenando de tranquila serenidad y apacible frescura los insomnios febriles de mi alma… Si esto fuera ilusión ¡que no se disipe nunca! Si esto fuera exacto conocimiento de la realidad, ¡bendita sea! De todos modos, jamás podré demostrar mi agradecimiento hacia ustedes. ¡Pobre arista que rueda sobre la catarata impetuosa de las vidas, la mía se une con el raudal humano, sin que pueda esperar otra cosa que ser impulsada al centro de la corriente para no quedar en las orillas del cauce como una petrificación negativa o un légamo infecundo! Véanme, por lo tanto, con el sentimiento de mi pequeñez y el agradecimiento hacia su bondad, recibiendo, conmovida y respetuosa, el alto honor de que he sido objeto en su entusiasta felicitación.

Es de ustedes atenta segura servidora q.b.s.m.

Rosario de Acuña

Madrid, 8 febrero 1885

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
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Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)