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Las mujeres revolucionarias rusas

 

Rusia ha despertado a la «Edad Futura». Esta espantosa guerra europea ha sido la tea encendida ante cuyo resplandor se vuelcan, en las necrópolis de la historia, todos los poderíos aristócratas, todos los privilegios de clase, todas las autoridades impuestas a la Humanidad, espiritualmente, por los terrores del más allá de la muerte, y materialmente, por las bombas de los cañones y el filo de los sables.

El  ultra-tumba de las religiones, cuyo fin es amedrentar y fanatizar a la masa humana para reinar sobre ella, ha sido magníficamente contestada por la Humanidad, cuyos hijos con un desprecio de la muerte digno de héroes místicos, corren a dejarse matar en los campos de batalla, en pos de los ideales que para ellos no han de ser realidad; y el poder de los cañones y de los sables, sobre el que se asientan autócratas y castas, está desmoronándose en ruinas, que concluirán de aventar los pueblos, cuando se den perfecta cuenta de que el dolor y la muerte son el cortejo de todas las  cadenas, así como la vida y la dicha son emblemas de todas las libertades. Hoy es Rusia, la patria de Gorki y de los dos más grandes apóstoles de la emancipación moral y material del hombre, la que levanta el primer grito de libertad… ¿Cuál será el que se alce mañana para sacudirnos por siempre, de los sicarios  de la superstición, de las tiranías y del odio?...

Uno de los primeros decretos de los primeros salvadores hombres (hombres) de Rusia es la abolición de la pena de muerte: sólo este decreto basta para conocer el plano de grandezas con que actúan. «Por el fruto los conoceréis», ha dicho el Evangelio. A  la Rusia que fue, durante siglos, una sucesión de ajusticiados, de asesinados; a la Rusia de los zares, ha sucedido la Rusia de los garantidos en sus vidas, el primero de los derechos que constituye la personalidad humana. ¡El sol de la fraternidad empieza a salir en este largo invierno de horror, por las estepas del Norte de Europa!

¡Triste es que acaso el más acoquinado e irresponsable zar de toda la larga serie de zares, sea el destinado a cerrar la puerta al poder autocrático! Así suele suceder siempre; las dinastías acumulan en su carrera de dominaciones y tiranías toda clase de monstruos, a cambio de alguna aislada personalidad regular, que aunque «quiera», no puede aplicar lo bueno que tenga al bienestar de sus súbditos, porque la esencia de la justicia, en toda clase de gobernación, es que no haya «súbditos», sino «convencidos», y este «convencimiento» se hace imposible cuando de una sola voluntad, responsable o no, es de la que ha de surgir el mando. Acaso el más ingenuo, el más rayano a la imbecilidad de toda una dinastía, en fuerza de acumular herencias dañadas, o de estar injertado con sangres “bohemias”, es el destinado en estos cataclismos de tronos, a pagar las iniquidades de todos sus ascendientes.

¡Ojala se salve el infeliz zar destinado a ser el último que cierre lista innumerable de sentencias de muerte que firmaron él y sus predecesores!

Mas, a quien hay que saludar de rodillas, con las manos en alto y un grito glorioso en los labios,  bajo los pliegues tremolantes de la bandera emancipadora de la Humanidad, es a las mujeres liberales rusas, a las vivas y a las muertas, y no a ésta o aquella, sino a todos los miles de mujeres, muchas de ellas que desaparecieron de la vida ante la ferocidad de los sicarios del poder, sin  que sus nombres hayan quedado consignados en la historia de su patria; y todas ellas ¡todas!, sublimes redentoras de su pueblo, verdadero núcleo de fe y luz, de justicia y libertad, alrededor del cual se han ido agrupando, en grey luminosa, todos los rebeldes, los altruistas, los generosos y los valientes de la gran nación rusa.

Ellas, maltratadas por todos los verdugos del régimen; sufriendo martirios inenarrables en las caminatas de calvario hacia las regiones polares de la Siberia, y allí escarnecidas y azotadas, hasta morir muchas en el tormento, han sabido, con su sangre y su dolor, impulsar a la patria a este resurgir glorioso a la nueva Edad, en el que ha de subir la Humanidad un alto escalón en su camino de perfeccionamiento.

Esas mujeres de la Rusia liberal, unas hijas de generales, otras enlazadas con potentados, otras de familias industriales riquísimas, otras pertenecientes a la alta nobleza o intelectualidad, e innumeras hijas del pueblo trabajador o del pueblo paria, se libertaban todas, en su juventud la mayor parte, del peso muerto de costumbres, tradiciones, estúpidos prejuicios y bárbaras leyes, y se metían animosas en las conspiraciones más tremendas, encargándose de los más arduos y peligrosos cometidos, rompiendo, para ello, hasta los más íntimos lazos familiares, fijas sus pupilas y sus almas en el Santo Ideal de la libertad de Rusia, de la patria, de «la amada patria», que tomaba, para ellas, el aspecto de madre, de amado, de hijos, pues su corazón iba excluyendo todos estos amores –en los que también hay algo de egoísmo- para darse entero a esa adoración de la patria, que, superior a todas las adoraciones religiosas, nutre sus raíces en la esencia de la raza, y extiende su floración a los confines de la Humanidad… haciéndose así cada una de estas mujeres un astro radiante de vigores, iluminador de un cielo mejor que todos los cielos por los que penan los mortales… ¡¡Y allá iban estas mujeres rusas, jóvenes, gráciles, muchas de ellas hermosísimas, con la sonrisa casi infantil en los labios y apretando contra su pecho el arma mortífera que habría de acabar con los tiranos; y allá iban, en la cabalgata de la muerte, a dejar sus vidas valientemente, balanceadas en la horca, agujereadas por las balas, o en piltrafas de carne doliente sobre las heladas estepas, bajo el látigo terminado en hierro que el cómitre de los césares sacudía sobre sus espaldas…!!

¡Salve, oh, mujeres rusas!,  ¡mártires conscientes, precursoras sublimes de esta grandiosa revolución que está conmoviendo la tierra! ¡Justo era que vuestra patria se levantase la primera para hacerse presente ante los siglos que han de venir, en los cuales, toda evolución racional quedará realizada, y un ancho camino de fraternidad, conquistado por el glorioso sufrimiento, irá orlando la tierra de múltiples paraísos!¡Justo era que vuestra patria os hiciera el honor de colocarse la primera, ya que casi era la última, en la vanguardia de los pueblos del mundo, capaces de darse a si mismos el derecho de ser libres, de no sujetarse más a la brutal ley de castas y clases, que empieza, definitivamente, y con su última monstruosa explosión de fuerza, a derrumbarse en montón con las tiranías, los egoísmos, las sensualidades groseras y los instintos pervertidos que iban devastando las razas y haciendo regresar a la especie! ¡Por vosotras luce hoy sobre los mismos umbrales de un polo de la tierra la esperanza de la rectificación, de la Justicia y de la Verdad!

¡Salve, mujeres rusas, que con vuestros tormentos y vuestras vidas habéis entorpecido el camino del triunfo a las iniquidades y al odio, por lo que brilláis como astros de primera magnitud en el cielo humano!

¡Bendita sea la memoria de las que, muertas, vivirán sobre las generaciones futuras! ¡Gloria inmarcesible a las que, vivas, entran hoy en la inmortalidad!

La más humilde de las mujeres españolas os saluda fervorosamente.

Rosario de Acuña y Villanueva

 

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora

 

 

 

Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)