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¡Justicia!...¡Justicia!...¡Justicia!

[A los masones...]

 

Hermanos masones de Asturias:

La más humilde de entre vosotros, sin ostentar la alta jerarquía que, graciosamente, y como honorífica recompensa a una labor de muchos años que vine haciendo con mi palabra, mi ejemplo y mi voluntad den pro de los ideales que nos unen; ateniéndome sólo a mi simple sitio, en que apenas me es permitido levantar la voz, pero sintiendo en mi alma la corriente luminosa que, desde nuestros templos, se esparce por la tierra entera, me dirijo a vosotros, acaso con audacia inigualada, mas con toda la férvida energía de la que lleva esculpido en su corazón nuestro augusto símbolo de FRATERNIDAD.

El mundo, estremecido de odio, ha perdido ya la virtud de la continencia en el despeñadero de las pasiones concupiscentes por donde rueda angustiado. En toda la tierra el clarín anunciador de una noche de dolor y de muerte, de que parece ansiosa la Humanidad, como si presintiera que sólo un sueño milenario puede descansarla de su combatir formidable, nos arrastra a todos hacia el oscuro mañana en medio de pavorosos cataclismos. La misma Justicia, luz de los espíritus, santidad de la naturaleza de los hombres, hija del Dios guiador de la vida, se estremece insegura en todos los pueblos, regiones y hogares; y aquí, en España, donde nacimos y, de cierto todos queremos morir, la Justicia, todas las Justicias, se sienten agónicas ante los golpes furtivos de los monstruos del egoísmo, de la ignorancia y de la brutalidad.

¡Parece mentira! ¡No hay modo de concebirlo racionalmente, que un pueblo de veinte millones de criaturas se someta resignado, un día y otro día al caminar de la inteligencia y del corazón sobre cotas  de violencias y de villanías; y aún  teniendo en cuenta la  educación medieval que se da a nuestras infancias [...] espera de las tinieblas que dinastías y castas sacerdotales acumularon sobre nosotros, no se concibe cómo la vida,  que otros, a través de los tiempos,  dando a esas generaciones savias de avance e impulsos de ascensión, circula en los españoles aniquilándolos, entonteciéndolos, transformándolos en legiones de irresolutos y conformados! ¡Todo puede hacerse en España con la impunidad más serena, y apenas hay alguno de nosotros que siente el látigo que lo azota y piensa en el modo de pasar el brazo del cómitre! ¡Qué extraña, pues, que la Justicia se cubra de crespones y llore silenciosamente en lo más hondo de nuestras almas!

Pues bien, hermanos míos, nuestra Asociación, legalmente constituida, cuenta decenas de siglos posesionada de una verdad indestructible que sobrepasa todas las verdades parciales, que circulando desde las arcaicas civilizaciones del Asia, por sobre las de África y Europa, sostiene sagradamente la enseña que, en remotos días del porvenir, hará de la tierra una morada de hermanos bajo el templo de la Justicia.

¿No creéis –yo lo creo firmemente– que ha llegado el momento crítico de que aquí, en España, cumpliendo sus más elevados estatutos, tome la Masonería parte activa en la magna cuestión, acaso de vida o muerte para todos, que pavorosamente s nos ofrece? Y, sintetizando más, ¿la Masonería asturiana no podría reunirse como un solo hombre dando el  apoyo de su entidad al grito angustioso de las mujeres españolas escarnecidas de horror ante quince mil muertos sacrificados en unas cuantas horas,  no al MOLOCH  de la  guerra, que es todavía el Dios del odio en los hombres, sino sacrificados en las aras de inútiles soberbias, de idióticas ambiciones y de intereses groseros?

¿No será ya la hora de que los hermanos masones lleguemos a salir de nuestros santuarios, ofreciéndonos en comunidad, con la enseña de nuestras altas misiones y la conciencia de nuestras seculares obras humanas? Si nuestra experiencia corporativa es completamente legal, ¿por qué no hemos de aparecer ante la pública expectación  como el más sublime símbolo de la Justicia, pidiendo justicia contra los que inmolaron estérilmente una porción de nuestra propia sangre, de nuestra propia vida, que no puede ser ni digna, ni ejemplar, sino a condición de ser justa?

¿No salen en  cantidad numerosa los que con arreglo a sus creencias, mejor o peor sentidas […] y van, por villas y pueblos, cantando himnos, haciendo genuflexiones, procurando llevar de este modo el convencimiento a sus espectadores?

¿No será posible que nosotros vayamos también, invocando, con nuestra presencia austera, la atención de un pueblo que no ha sabido sentir la justicia y que acaso le falte solo para saberlo el vernos pasar, en procesión de duelo, aclamándola y reclamándola?

¡Ah, masones asturianos, meditad mis palabras! La intelectualidad española parece que despierta y siente la sangrante herida de nuestras juventudes sacrificadas, de nuestras riquezas agotadas, de nuestras energías aplastadas. Y la Masonería, el arca donde la intelectualidad de muchos siglos ha sido guardada como reliquia inestimable, ¿habrá de permanecer silenciosa e inactiva sin prestar su valioso concurso a este resurgimiento del alma española, toda altivez, equidad y abnegación?

Y me vais a permitir, mis hermanos, decir algo más.

Hay aquí una institución naciente, casi toda ella conformada por hombres de buena voluntad que se abroga otra de las misiones mas nobles y esenciales para España: «La Liga de los Derechos del Hombre». Desde estas líneas que os dirijo con el más fervoroso de los anhelos derivo hacia esta Liga mi invitación a manifestarse corporativamente como cumple a quienes prometieron defender los derechos del hombre; acción que implica conciencia inteligente, valor sereno, abnegación sostenida en pro de la Justicia. Que esta Liga y nosotros, en grupo compacto salgamos resueltamente a esparcir el grito de horror y de indignación que hoy repercute en todos los ámbitos de la patria.

Continuemos rindiendo homenaje a nuestras tradiciones seculares, conformándolas a las innovaciones de los tiempos presentes; imitemos a nuestros hermanos de todas las naciones del mundo que, teniendo templos amplios y suntuosos, salen, no obstante, de ellos para cruzar barrios próceres, suburbios miserables, llevando a todas partes la sensación de un PODER consciente, dadivoso y soberano que vela porque se cumplan los altos fines de la naturaleza humana.

Salgamos todos clamando ¡Justicia, justicia, justicia!

Rosario de Acuña y Villanueva

Hipatía gr.·. 1º y 32

Gijón 6 de diciembre de 1922

 

 

 Nota. En relación con el contexto histórico en el que fue escrito el presente escrito,  se recomienda la lectura del siguiente comentario:

 

Cadáveres en la fortificación de Monte Arruit 233. Marruecos, la tumba de miles de españoles
Dolor y muerte. Miles de heridos, miles de muertos. Llevaba tiempo sufriendo por todos ellos, ahora también por los suyos. «¡Justicia para los que hicieron, sean los que sean, de los montes de Marruecos el cementerio más espantoso, la sima más horrenda que podrán contemplar...

 

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)