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EN EL CAMPO

El trabajo (Los corrales)

 

Apresuraos, porque hay un pueblo entero que os espera; salid de esa cocina donde habéis iniciado a otros seres en el arte que tiene por fin prolongar la vida con el pleno goce de la salud, y corred hacia esa colonia impaciente que espera de vuestra mano su alimento y su bebida. ¡Oh!, qué horas tan dulces, tan hermosas, tan puras y tranquilas vais a gozar en medio de vuestra república!

Apenas, con vuestro delantal bien repleto de limpias y granadas semillas y de fresca hierba, aparecéis por los linderos del gallinero y del palomar, gritos de júbilo, cacareos de alegría, arrullos impacientes, batir de alas sedosas, y escarceos de algazara, os habrán de cercar por doquier, y no bien llegadas al extenso y enarenado corral, las enamoradas parejas de palomas vendrán en tropel sobre vuestros hombros, cabeza y manos, y con presurosa viveza querrán ser las primeras en conquistar su desayuno: las gallinas, con sus polladas grandes o pequeñas, con su pío, pío, agudo y combinado, ni echar la planta os habrán de dejar, y en círculo apretado, como hueste que pide a su general órdenes de batalla, se empujarán unas a otras, siguiendo vuestro paso; los conejos, enderezando sus orejillas, relamiéndose sus largos y lustrosos bigotes, haciendo visajes con sus cortas manitas, mirarán también con avidez la cotidiana ración, y los patos y gansos, al querer seguir el rápido correr de los polluelos, dirán con sus graznidos la nota grave en medio del general concierto: sentaos en sitio donde se pueda observar cómodamente la menuda familia; echadla su ración, y mientras tragan los extendidos granos, o roen las verdes hierbas, gozad un momento de reposo, y analizad allí, en aquellas fuentes vivas de la naturaleza, sus admirables leyes.


Fragmento del texto publicado en El Correo de la Moda

Ved aquella hermosa pareja de palomos; generalmente son sobrios en su alimentación, pero ahora están en cría, es decir, tienen que embuchar doble o triple cantidad de grano, puesto que desde su buche ha de pasar al de sus pequeñuelos; el afán, el ansia con que comen, se hace notable; a todos lados quieren acudir con tal de comer mucho, y no es lo peor esto, sino que valiéndose de su robustez, de su tamaño, en una palabra, de su fuerza, acometen con furia a las demás parejas, y con aletazos y picadas les impiden comer; son pequeñas fieras que defienden su presa; ¿cómo es esto? ¿Los que ayer erais dulces, tímidos, prudentes, hoy estáis arrogantes, furiosos, temibles? ¿Bajo qué pasión sufrió vuestro normal carácter esta notable transformación? El amor paternal, el amor hacia sus hijos, con ser uno de los principios más puros de la naturaleza, los ha convertido en verdaderos tiranos de sus semejantes, y ha cambiado radicalmente su temperamento y su condición. ¿Puede ser esto? ¿Qué misterio hay aquí? Lo que en origen es noble, justo, ¿cómo puede ser causa de lo injusto y de lo vil? Estos palomos que, gracias a su fuerza bruta, se imponen a sus congéneres; que después de todo, también tienen como ellos hijos a quien mantener, y los obligan a huir sin comer, tal vez todo lo que necesitan, ¿cometen una iniquidad o un acto de justicia? La lucha por la existencia, ¿ha de imponerse de tal modo, que sea bastante a cambiar el modo de ser, trocando además en fines infames las causas más nobles? ¿Basta a responder a todas estas preguntas, la contestación de que los animales no piensan? Error grandísimo: prueba del pensamiento de los animales, es lo que hacen estos mismos palomos; porque piensan que no tendrán bastante grano para sus hijuelos, es por lo que acometen a los demás, privándolos que coman, y no hay ignorancia, ni ciego instinto (palabra vacía de sentido) en su acción, pues saben perfectamente que hacen daño a sus compañeros, en cuanto que procuran acosarlos por las partes más vulnerables, como son la cabeza y el cuello;  y no es tampoco que tengan poco grano, por cuanto ha de sobrarles en abundancia; lo que hacen es un acto de iniquidad premeditado, cuyo origen es la pasión o amor paternal… ¡Problema! ¡problema! como todos aquellos que rodean el limitado mundo conocido donde actúa nuestra razón. Siguiendo la escala ascendente, podemos, a poco que se medite, encontrar en la especie humana el símil de aquella pareja de enfurecidas aves, y abarcando con más amplitud el conjunto de los seres humanos, podemos ver al desheredado perdiendo todo carácter de racional, empujado a los actos más impropios del ser pensante, por la causa más legitima y poderosa, cual es el verse con hambre y con sed, moral y materialmente hablando, en medio de una sociedad ebria de materialismo e hinchada de preceptos.

Ved aquí, desde vuestros corrales, como podéis lanzaros a través de los más arduos y terribles problemas que nos rodean.

Aún hay más; todos aquellos seres que están a merced vuestra, y que bullen con inexplicable vivacidad, son otros tantos mundos en miniatura; ¿creéis, acaso, que todos son iguales? Entre ellos hay curiosísimas y esenciales diferencias, y dentro de su colectivismo hay individualidades perfectamente delineadas.

Aquella pareja que picotea separada, es un matrimonio celoso, soberbio; ella es aún más displicente que él; pica y aletea a todas las hembras: el macho de cuando en cuando le da una regular paliza, y entre los dos tienen verdaderamente revuelto el palomar; sus hijos suelen salir tan levantiscos como los padres; y ¡caso curioso! una vez que criaron un solo pichón, que estaba baldadito de las patas, y por tanto, sin poderse mover, cambió totalmente la, hasta entonces, no interrumpida ley de herencia, y cuando más adelante el pichón lisiado, se hizo grande y se curó, se le vio siempre como el pacificador de las contiendas del palomar, pues es el más dulce, cariñoso y amable de toda la república: ha elegido su hembra entre las pichonas más prudentes y sencillas, y esta pareja contrasta notablemente con la precedente.

Aquel buchón, gordo y moñudo, que parece un prior capuchino, es lo más voluble y galanteador que darse puede; a todas las parejas las indispone en su afán de hacer el amor a cuantas hembras hay anidadas; es un verdadero perturbador de hogares, y siempre anda cambiando de compañera, y lo más extraño es que la encuentra fácilmente, bien entre las pichonas que nacen sin compañero, o bien entre las arrojadas del nido por un marido celoso; las crías de este palomo son irregulares, y rara vez se logran los dos huevos… ¡Oh! si hubiera de seguir, imposible que os levantarais de vuestro observatorio en horas y más horas: la gallina arisca, que, en fuerza de amar y querer defender a su pollada, la pisotea y la magulla; la gallina sencilla e inocente, que siempre llega la última al comedero, que es de todas picada y que siempre sale perdiendo; la gallina sucia, que se deleita cazando vicharachos, y escarbando para apresar un gusano, y la pulcra y nerviosa que se estremece con una pluma que se la pegue en el pico; el gallo retador y pendenciero y valiente, y el traidorzuelo tenorio que busca las vueltas a sus émulos para robarle sus gallinas; el pato curioseador y mangonero, que no deja en el corral títere con cabeza, en el afán de sacar algo con su pico, y el pato serio y grave, que apenas hace otra cosa que dormir y espulgarse; todos, todos esos seres, todo ese pueblo alado y cuadrúpedo que nos rodea, es un mundo extensísimo donde hallarán encanto vuestros ojos, esparcimiento vuestra imaginación, deleite vuestro entendimiento, y ancho, anchísimo campo vuestra inteligencia observadora para ir desarrollando en un horizonte sin fin, el poder analítico de que la dotó la naturaleza.

¿Habrá para el adorno de vuestras frentes, flores más bellas que esas luminosísimas ideas que, como cerco de preciosas piedras, brillan en vuestro cerebro ante el trabajo indagador que habéis realizado en vuestros corrales? ¿Podréis suponer desaprovechado el tiempo, cuando a la vez que haciendo de providencia de todo un pueblo, habéis enaltecido vuestro origen de seres pensantes, arrancando del seno de la organización animal, alguna palabra del admirable código que la rige? ¿Ese mundo de los seres inferiores, infinitamente más extenso y numeroso que el nuestro, donde todo es misterioso, donde todo está ignorado, y donde tan evidentes y fáciles de estudiar se ven los problemas más graves y de mayor importancia para el coronamiento de la ciencia experimental? ¿Creéis que no es más digno de vuestra atención, de vuestros cuidados, que el baladí entretenimiento de amaros a vosotras mismas delante de un espejo, o el perjudicial, y siempre repugnante vicio del visiteo chismoso, donde el ingenio se aguza solamente acechando a la palabra de la envidia, para castigarla contando como reales, sucesos inventados casi siempre por la calumnia; donde la inteligencia se enerva en una soporífera indiferencia ante el manoseado tema de la moda, o lo que es peor, ante el concupiscente relato de estúpidos amoríos…?

En esos corrales frescos, limpios, alegres, mientras el cielo espléndido y radiante ondea con ráfagas de luz sobre vuestras cabezas; bajo la sombra del frondosísimo castaño de la vieja parra; viendo el agua pura saltar en los bebederos; escuchando el arrullo de las palomas y la vibrante llamada del gallo, alta la frente, como cumple a todo ser que lleva dentro de ella un cerebro racional; sin más recuerdo que el de Dios; sin más presente que sus obras, ni más porvenir que el vivo deseo de penetrarlas, comprenderlas y adorarlas, representáis el verdadero tipo de la mujer creyente y amante, ser creado por los misteriosos fines del Eterno, para embellecer la vida y levantar en la tierra el templo de la humanidad.

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)