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El exilio

 

El miércoles 22 de noviembre de ese año, en la primera página del periódico barcelonés El Progreso aparece un artículo titulado «La jarca de la Universidad» firmado por Rosario de Acuña Villanueva, en el que la escritora denuncia un suceso que ha ocurrido un mes antes y del que ha tenido noticia por la información publicada en el Heraldo de Madrid el día 14 de octubre. Seis chicas, dos españolas, dos francesas, una alemana y una americana, que cursaban en la cátedra de Literatura General y Española en la Universidad Central, fueron agredidas verbalmente por algunos de sus compañeros. Ante la actuación del resto, los agresores no tuvieron más remedio que refrenarse en los días siguientes. No obstante, en cuanto se les presentó mejor ocasión tomaron a una de ellas por objeto de sus ofensas: «la rodearon, vejándola con un vocabulario de burdel e intentando ofenderla también de obra». El cronista del periódico madrileño dice no saber en qué hubiera acabado aquel asunto si no hubiera acertado a pasar por aquel lugar tan concurrido un arriero con su carro, el cual «se entró, dando codazos y empujones, por el corro» haciendo huir a aquellos «tenorios vergonzantes». La pluma de la señora viuda de Laiglesia traza sobre el blanco papel palabras fuertes y gruesas.

 

Intereses ajenos

Se despachó a gusto, no cabe duda alguna, pero el texto por sí mismo no explica la trascendencia que a la postre tuvo el artículo. Es preciso, además, analizar las circunstancias en las que se produjo su publicación, pues artículos tan duros en el fondo y en la forma como éste habían sido publicados con anterioridad sin que sus autores hubieran de sufrir consecuencias tan graves como las que le esperaban a doña Rosario. En efecto, aquel era un mal momento y, como la propia autora escribió años después, es probable que la reproducción del artículo en El Progreso obedeciera a estrategias inconfesables, ya que el destino de aquellas cuartillas no era el «Diario autonomista de Unión Republicana» dirigido por Alejandro Lerroux, sino que en éste se reprodujo el artículo que días antes había publicado El Internacional, periódico editado en español en París, del que era director su amigo Luis Bonafoux.

Aquel era un mal momento por varias razones: a) por entonces se celebraba en Madrid una Asamblea Escolar que había reunido a representantes de todas las universidades españolas para debatir las reivindicaciones que quieren presentar al Gobierno. Entre los asistentes hay quienes están muy descontentos con los dirigentes ministeriales, así, por ejemplo, los estudiantes de Comercio están soliviantados porque su título no les permite desempeñar determinados empleos en la Administración; b) en la primera manifestación de estudiantes contra el artículo de Rosario de Acuña, la que tiene lugar en Barcelona, algunos de los presentes, inopinadamente, utiliza armas de fuego que dejan heridos a algunos manifestantes; c) El Progreso, echa más leña al fuego del descontento estudiantil al  editar de nuevo el artículo en cuestión y al referirse al tiroteo de la manifestación afirmando «que en el asunto han intervenido los socialistas» ; d) El Radical, periódico de Lerroux al igual que el anterior, arremete contra Rosario de Acuña calificando su escrito de «artículo repugnante», aportando más argumentos a la polémica. A todas estas circunstancias habría que añadir otro hecho, no por casual menos importante, como bien señalaba la prensa de entonces: la proximidad de las vacaciones navideñas incitaba a algunos a mantener artificialmente la tensión con el objetivo de prolongar la huelga de estudiantes hasta el inicio de las vacaciones navideñas.

Muchos elementos coincidentes y todos actuando en el mismo sentido; demasiados, quizás, para ser fruto de la casualidad. Tampoco lo vio claro entonces la propia interesada, quien años después llegó a decir sobre el asunto que «…no parecía sino que las huestes demócratas, estaban interesadas en entregarme como Judas a Jesús, al escarnio y despedazamiento de las muchedumbres irreflexivas».

Pues bien, si la intención era calentar el ambiente, no hay duda que se consigue: la noticia se extiende por todas las universidades españolas; en Madrid, los estudiantes reunidos en la Asamblea Escolar deciden suspender la ceremonia de clausura, redactar un escrito de protesta contra el artículo en cuestión y «declarar la huelga general en toda España, como solidaridad con los estudiantes barceloneses». El conflicto se generaliza; institutos y facultades se quedan vacíos; rectores y profesores se unen a las protestas. Los estudiantes barceloneses solicitan la destitución del gobernador civil y se muestran decididos a presentar querellas contra El Progreso y contra Rosario de Acuña. El fiscal del Tribunal Supremo, por su parte, considera que el artículo «es, por su fondo y por su forma una grosería tal, que no es posible consentirlo sin mengua del decoro público…».

A todo esto, la autora de aquellas ácidas palabras, «de lenguaje viril», como ella misma las calificaría tiempo después, no podría menos que sorprenderse por la trascendencia que tomaba aquel asunto, pues en las más altas instancias del país se estaban adoptando las medidas pertinentes para satisfacer a los ofendidos estudiantes: se dice que el ministro de Instrucción pública se ha reunido con el fiscal del Supremo y que éste ha telegrafiado al de la Audiencia de Barcelona. Al final, la Fiscalía de la capital catalana interpone una querella contra la autora del artículo por un delito de calumnias.

A la vista de cómo se estaban poniendo las cosas, había tomado ya la decisión de abandonar su casa y buscar un lugar seguro para cobijarse. De tal manera que cuando el primer día de diciembre acude a su casa una pareja de la Guardia Civil con el consiguiente exhorto judicial para proceder a su detención, se encuentra con que no estaba, en la casa no había nadie. La prensa afirma al día siguiente que «hace días que había marchado a París»

 

Portugal

No fue a la capital francesa adonde dirigieron sus pasos Rosario y Carlos, su fiel acompañante, sino a Portugal, la tierra de la que siglos antes habían partido los antepasados de la escritora. Dejando a un lado este lejano vínculo con el país vecino, lo cierto es que esa tierra y sus gentes cuentan con el aprecio y el cariño de la pareja, como bien han dejado patente años atrás, con ocasión del Ultimátum Británico de 1888, cuando ambos se apresuraron a escribir manifiestos en solidaridad con el pueblo portugués y a colaborar en cuantos actos se celebraron entonces con el mismo objetivo. Además, el país vecino resultaba ahora aún más atractivo para quienes, como ellos, llevaban tiempo enarbolando la bandera de la libertad de pensamiento, pues el Gobierno de la recientemente proclamada república lusa había dado pasos decisivos para poner fin a la confesionalidad del estado: se disolvieron las órdenes religiosas,  se instauraron fiestas civiles en sustitución de las religiosas, se procedió a la supresión de la enseñanza religiosa en la escuela, se clausuró la Facultad de Teología de la Universidad de Coimbra, se dio vía libre al divorcio, se secularizaron los cementerios… es decir, muchas de las cosas por las que nuestra propagandista lleva tiempo luchando: las reformas que ella anhela ver implantadas en España ya se han logrado, y en poco tiempo, en Portugal, un país que ya será para ella «esa admirable nación que supo, de una manotada, quitarse de encima Iglesia, Monarquía y oligarcas…»

No sabemos prácticamente nada de cómo se desarrolló su vida durante este tiempo de estancia obligada en el país vecino, bien es verdad que, esperanzada por la posibilidad de un próximo retorno y conocida su afición a deambular por los caminos para conocer tierras y gentes, no sería de extrañar que no se asentase durante mucho tiempo en lugar alguno y se dedicara a recorrer el territorio portugués, como si se tratara de uno de los largos viajes que antaño solía realizar por las tierras españolas.


El indulto

Coincidiendo con la onomástica del rey, en los primeros días del mes de enero de 1913 se promulga un real decreto por el cual se concede un indulto total «a los que hubieren sido condenados, cualquiera que sea el Tribunal o jurisdicción que hubiere impuesto la condena, por los delitos cometidos por medio de la imprenta, el grabado u otro medio mecánico de publicación o por medio de la palabra hablada en reunión o en manifestación pública o en espectáculo con fin político…» . Parece claro que Rosario de Acuña es una de las indultadas y puede regresar cuando quiera, pues la Gaceta publica días después unas instrucciones en las que, entre otras cosas, confirma que la medida tiene plena vigencia desde el día siguiente al de su promulgación. No obstante, el retorno de la escritora no se produjo de inmediato; ni siquiera cuando la Audiencia de Barcelona hizo público a primeros de abril una disposición que deja sin efecto la orden de captura que había dictado contra la escritora a finales de 1911, por estar, efectivamente, comprendida su causa en el indulto de enero. Debió demorar el regreso a la casa de El Cervigón hasta finales de ese año, pues, según sus propias palabras fueron dos los años que pasó de emigración en Portugal.

 

Nota. En relación con este tema se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:

 

Fotografía de una manifestación anticlerical celebrada en Lisboa en 1912

134. Proceso, exilio e indulto
La autora de aquellas ácidas palabras, «de lenguaje viril», como ella misma las calificaría tiempo después, no podría menos que sorprenderse por la trascendencia que tomaba aquel asunto. Las cosas se ponían difíciles y no tuvo más remedio que poner rumbo a Portugal...


 

Fotografía de Elena Hernández Sandoica (El Comercio, 13-2-2016)

99. «La jarca» a la luz de Elena Hernández Sandoica
Leyó la noticia... y reaccionó ante aquella afrenta que sintió como propia con el arma que mejor dominaba. Y escribió «La jarca de la Universidad». La conferenciante analiza en su intervención las diversas opciones que pudiendo haber sido no fueron y, no siéndolo, terminaron por conducir a Rosario de Acuña al exilio   portugués...

 

 

Fragmento del artículo publicado en el semanario Cataluña

36. Proxeneta roja, engendro sáfico, harpía laica...
El artículo «La jarca de la Universidad» desató la cólera de buena parte de los universitarios españoles: huelgas, manifestaciones, denuncias… y artículos de protesta como el que sigue, escrito por Ernesto Homs, estudiante de Derecho y colaborador del semanario...

 

 

Fragmento del artículo de Cristóbal de Castro publicado en el Heraldo de Madrid

21. El escrito que provocó su reacción
A finales del mes de noviembre de 1911 a Rosario de Acuña se le torció la vida. La aparición interesada en uno de los periódicos de Lerroux de su artículo La jarca de la Universidad desató las iras de los universitarios españoles que fueron intensificando...

 


 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)

 

 

 


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